El Ayuntamiento de Ada Colau ha editado una “guía cultural con perspectiva intercultural” a fin de que la ciudadanía haga uso de un “lenguaje inclusivo”. Para comenzar, ya en su título y en su propia declaración de intenciones usan dos palabros castizos de la semántica podemita. Una es “inclusivo”, término que utilizan en el Ministerio de Igualdad para acusar y condenar a quienes no piensan, es un decir, como ellas y elles. La otra es “intercultural”, adjetivo que concierne a la relación entre culturas o común a varias culturas, según el diccionario de la RAE, pero que tergiversan para designar y referirse desde los papeles para todos hasta la discriminación lingüística en Catalunya. Proviene de cuando ICV dejó de ser izquierda ni vieja ni nueva y se disfrazó de ecologista verde y retrógrada. Y a partir de entonces, arrecia el uso de la semántica como arma de propaganda y censura, tan gratas a los regímenes autoritarios.

“Hay que evitar expresiones que son consecuencia del etnocentrismo y el racismo”, ordena y manda el comisariado lingüístico de Colau, que prohíbe usar términos como “persona inmigrante” y hay que sustituirlo por “persona migrada”, que según dicen no es más o menos lo mismo. Igual ocurre con “inmigrante ilegal”, que pasará a ser “persona en situación (administrativa) irregular”. También acusan y condenan por racismo hablar de “terrorismo islámico” o “terrorismo yihadista”, que habrá que cambiar por “extremismo violento” para no estigmatizar al Islam ni a la Yihad. Se considera ofensivo “persona de color”, que se sustituirá por “persona racializada, afro-descendiente o negra”, aunque la palabrota racializada no está aceptada por el diccionario de la RAE ni por el del Institut de Cultura Catalana. También toca cambiar raza gitana por “pueblo gitano”, y ya no se puede ir a comprar al paqui, al badulaque o al chino, sino al supermercado o tienda con el nombre de cada uno de los establecimientos.

No se trata solamente de progresar en hacer el ridículo habitual, de lucir necedad innata y de intervenir y controlar hasta el lenguaje en lo público y en lo privado. Es otro derroche de tiempo, de dinero público y otra perversión ideológica. Porque ya advirtió Don Quijote que: “Quien tiene poder en la lengua son el vulgo y el uso”. No la élite ni la casta adalibanas que ignoran al pueblo llano y sus usos y costumbres. Pero con estas insensateces y bobadas, Colau prosigue con su reciente plan de maquillaje catalanista en siete meses. De paso, se suma a los últimos inventos y majaderías del Optimot, un servicio de consultas lingüísticas del Departamento de Cultura de la Generalitat, que ahora propone expresiones alternativas para referirse al onanismo femenino. Porque, según argumentan sus eminencias filológicas, los hombres tienen más sinónimos para el mismo acto individual e íntimo. Llegados a este punto, es cuando hay que ejercer la autocensura voluntaria, ya que citar o traducir alguna de estas estupideces estrafalarias sería un insulto al castellano, al catalán y a la ciudadanía que paga sus malversaciones, sus manipulaciones sectarias, sus juegos de palabras engañosas y engendros como el Diccionario de la Real Lengua Colauita.