¿Habrá bastantes pies para tantas zapaterías?, preguntaba el doctor Ernesto Carratalá García (Madrid, 1918-Barcelona, 2015). Catedrático de lengua y literatura, sabio entre los sabios, fue persona de barbas y melenas blanquísimas, entre quijotescas y unamunianas. Personaje al que paraban los turistas para fotografiarle cuando paseaba por Ciutat Vella. Especialista en Ramon Llull y en Cervantes, vivía en la calle Cervantes. Fue doble de Fernando Fernán Gómez en alguna película y profesor de guitarra en La lengua de las mariposas: “Acaricie usted la guitarra como acariciaría a la mujer que ama”. Frente a otro escaparate de la calle Portaferrissa inquiría: “¿cree usted que hay bastantes pies para tanta zapatilla deportiva?”.

El tiempo le ha dado la razón póstuma. Barcelona ha perdido el 30% de zapaterías desde 2016 y casi el 20% entre 2019 y 2022, según las estadísticas del Ayuntamiento. Se veía venir. Porque no era normal que el 2016 hubiese 882 comercios de calzado y piel, y el 2022 quedasen 621. Fue otra destrucción de Colau. Sus feligreses practicaban el feísmo, no calzaban zapatos elegantes y preferían chanclas, sandalias o alpargatas zarrapastrosas. Pero cuando pasen de moda, más tiendas de zapatillas bajarán la persiana. Así desapareció aquella coquetona tienda de corbatas que hubo en el Portal de l’Àngel.

El presidente de la asociación del pequeño comercio atribuye la debacle a la progresiva y nada progresista desaparición de los comercios de proximidad, a las compras por internet y a la competencia "a menudo desleal"; de las grandes
plataformas y marcas. Alerta Antonio Torres sobre el riesgo de "desertización" de las ciudades si se pierden los comercios físicos, y considera que para sobrevivir deben "digitalizarse y trabajar el relevo generacional". A pesar de sus buenas intenciones, la desaparición de tiendas tradicionales no cesa y pronto dejará de ser noticia.

Pasó con los frankfurts en los años sesenta del siglo pasado, los pubs a partir de los setenta, las churrerías y los videoclubs en los noventa… Y así echarán el cierre tantas casas de uñas, gimnasios, tiendas de móviles, locales de yoga… Porque no hay bastantes dedos, ni músculos, ni orejas ni barceloneses que se busquen y encuentren a sí mismos mediante ejercicios físicos y espirituales orientales. Barcelona siempre ha tenido tendencia a la imitación y a la exageración, y ha abierto negocios, franquicias y casas de souvenirs que sólo han sido y son un autoempleo a falta de empleos estables.

La noticia será que se abra algún comercio nuevo y distinto, aunque inmediatamente será imitado en cada esquina hasta decaer por la saturación y la consiguiente falta de profesionalidad en muchos de ellos. Merecerían ser más noticia cultural histórica y sentimental los que cumplen cien años. Como la hermosa farmacia modernista Franquesa, en Sant Andreu. Pero la máxima ayuda que reciben del Ayuntamiento son una placas metálicas resbaladizas en la acera del local, que se inauguran poco antes de las elecciones. Y según decía uno de los refranes recopilados por el profesor Carratalá: “Alcaldes y zapatos nuevos, pasados los días aprietan menos”.