La propensión de Ada Colau a la piromanía se agrava conforme las encuestas la hunden por debajo de la mediocridad como gestora. Deprisa y corriendo, su ayuntamiento ha retirado la petición de prisión para un acusado de quemar tres contenedores, un árbol y un parquímetro cuando las algaradas independentistas del año pasado. También se ha personado tarde y mal como acusación particular por incendiar un furgón de la Guardia Urbana, con un agente en el interior, el pasado 27 de febrero, cuando las protestas en honor de un rapero leridano rico y sin embargo enchironado. A cambio, el consistorio promete que el año que viene ubicarán contenedores inteligentes más caros en el barrio de Sant Antoni, siempre machacado por la inseguridad, las interminables obras municipales, la pandemia y las crisis económicas. Las consecuencias de todo ello las pagan la ciudadanía y la imagen internacional de Barcelona. Un lugar de acogida donde quemar lo que venga en gana y practicar el vandalismo sale gratis. Además, los abogados de la cuadrilla de Colau, como Jaume Asens por ejemplo, los paga el erario público a través de entidades opacas como la secta Desc y otras afectas a las subvenciones.

La adicción de Colau a las llamas viene de antiguo. Ya se le vieron la cerilla y la mecha aquel 15 de octubre de 2015. Fue cuando el homenaje anual ante la tumba de Lluís Companys, presidente de la Generalitat fusilado en el castillo de Montujïc por el ejército de Franco. Era su primera actuación como alcaldesa. Y entonces gritó: “Viva Companys, viva Barcelona, la Rosa de Foc, viva Cataluña y viva la República”. A lo de que vivan Barcelona y Cataluña nadie tuvo nada que objetar. Sobre el viva a la República y Companys hubo y hay disparidad de criterios. Pero lo de vitorear la Rosa de Foc (Rosa de Fuego) indignó a un sector de la ciudadanía por lo que fue, lo que significó y las matanzas que comportó. Porque, además, cronológicamente no se correspondía ni tenía nada que ver con el acto. Fue el primer síntoma inquietante para los analistas y psicoanalistas de las personalidades afectadas por la ignorancia, posibles traumas emocionales anteriores y los añadidos desvaríos del poder.

Los daños económicos de la quema de contenedores, mobiliario urbano, señales de tráfico y arbolado se evaluaron en millón y medio de euros. Pero nunca se han calculado los daños psicológicos causados a los vecinos afectados. A falta de saber cuánto valdrá una furgoneta nueva para los urbanos, hay que sumar horas extras de los bomberos y policías, reparaciones del asfalto, molestias causadas a los vecindarios por la retirada de contenedores… A los autores e incitadores no les pasa nada ni se les exige reparar los destrozos causados. Ningún problema, el aparato de propaganda comunera se ocupará de negar que existe el efecto llamada para pirómanos de todo el mundo unidos. Mientras, a la alcaldesa le brillan los ojitos como llamas cada vez que habla de su rosa de fuego, aunque ya esté chamuscada.