La polémica está servida con la puesta de largo de la Torre de María de la Sagrada Família. Para unos es la culminación de un proyecto que identifica a Barcelona. Para otros, una fantasmada y un gasto innecesario. Para los vecinos que tienen sus fincas afectadas por el proyecto un paso más para acercar el problema que ni la administración, ni la junta constructora, ni la iglesia tienen mucho interés en solucionar. En España, y en Cataluña, somos muy del último minuto y cuando llegue el momento, allá por el 2030 si no se vuelven a demorar las obras, habrá que construir la escalinata frente al pórtico de la Gloria en la calle Mallorca. Hoy por hoy, el més calent a l’aigüera.

Las redes van llenas de comentarios de todo tipo, donde sobresalen los exabruptos de uno u otro signo. Pero el debate está ahí. ¿Qué aportará la estrella de marras? Para unos será como un maná turístico, pero para otros una desafortunada reinvención de Gaudí. Lo voy a decir claro, la Sagrada Família a mi no me provoca ni frío ni calor. Es un monumento identificativo de Barcelona, de eso no hay duda, pero todo ello en su conjunto me parece un ejemplo de autobombo provinciano. Dicen que tiene glamour y a mí me parece una seta en la ciudad. No es una cuestión religiosa, aunque soy ateo convencido, pero me pregunto si este es el papel de la Iglesia. También me pregunto si las autoridades competentes lo tienen todo atado y bien atado para evitar que un espabilado --eclesiástico off course-- se quedé con la propiedad y ligado a esto una pregunta: ¿paga el IBI el recinto? Lo digo porque además de ser un lugar de culto religioso también es un lugar de negocio y estaría bien que por el negocio la iglesia pagara como todo hijo de vecino.

Seguramente, estas preguntas, sugerencias y temores de cara al futuro no gustará a quienes ver una estrella de cinco toneladas encima de una de las torres les parecerá un heroico hecho arquitectónico que atraerá miles de turistas, lo que provocará el cabreo de los vecinos y hará saltar a todos aquellos que ya no es que sean provincianos, sino pueblerinos que critican el turismo. La incultura se cura viajando, como también otras cosas que afectan y no positivamente a la ciudadanía catalana y a Cataluña como país.

Y la pregunta del millón. ¿Cómo se reordenará la zona si al final se hace la escalinata? ¿Cómo se compensará a los vecinos afectados? ¿Dónde se ubicarán sus viviendas? Seguramente, los hooligans de la Sagrada Família lo considerarán un tema menor, pero no lo es. Colau se ha puesto de perfil en este tema, como siempre. No es noticia, sin duda, pero el nuevo consistorio, el que surja de las elecciones de 2023, lo tendrá que afrontar. Será Colau, será Collboni o será Aragonès, porque Ernest Maragall no pinta un colín después de plegarse a las ordenes del president de la Generalitat en tema de presupuestos.

Y por preguntar que no quede. Con las necesidades que hay en Barcelona, con la exclusión social de muchas familias, ¿de verdad que la Sagrada Família es un tema prioritario? Lo peor es que la Iglesia, que tanto se llena la boca de solidaridad y de amor al prójimo, prefiere el boato, la ostentación y el amor propio. Y porque no decirlo, hacer caja con los pingues beneficios del turismo. La polémica está servida, sin lugar a dudas. Hay beneficios y hay problemas. Lo peor es que ante los problemas algunos se ponen de perfil. Mejor no verlos y encender la estrellita de marras para que la realidad quede difuminada. Estaría bien que ya sea el arzobispo de Barcelona o la alcaldesa de la ciudad nos dieran respuestas a estos interrogantes, aunque me parece que esto es tanto como predicar en el desierto. Que disfruten con la Sagrada Família que ya es de “todos”, menos de Gaudí