La señora es famosa y aprovecha la fama para su negocio. Y no le va nada mal. A costa de la salud de sus clientes, naturalmente. Vende por 135 dólares dos tubos de plástico que usted se meterá por el culo (perdón) para hacerse unas lavativas de café, así como suena. También propone (cito) un «trono de vaporización genital», que sería un «tratamiento de limpieza vaginal con vapor», tal cual, que vale una pasta, y por 66 dólares más, unos huevos de jade que se meten por donde la «vaporetta» para las cosas del bajo vientre. Sus parches de carbono a 60 dólares la unidad para (vuelvo a citar) «equilibrar la frecuencia energética del cuerpo» se venden como churros. También promueve dietas muy extrañas y desequilibradas, que pueden provocar anemias, intolerancias diversas o cosas peores, y defiende la apiterapia, consistente en dejar que te pique una abeja como principio de un tratamiento de belleza. Un peligro público, con todas las letras.

Supongo que habrán oído hablar de esta señora. Es, en efecto, la impronunciable Gwyneth Paltrow. Pero no sé si habrán oído hablar, en cambio, de Thatcher Wine, «el bibliófilo de las celebridades», que se vende como (agárrense) «Professional Personal Book Curator». No es un asesor experto en libros que te asesora sobre el precio de compra de una primera edición del «Grand Dictionnaire de Cuisine» de Dumas, no, sino un sinvergüenza de mayor calibre.

Ha publicado un libro en el que defiende «la perfecta librería» y la señora Paltrow acudió a él cuando se cambió de domicilio y descubrió que «necesitaba doscientos o trescientos libros más para rellenar las estanterías» (sic). ¿Qué hizo entonces? Llamó al señor Thatcher Wine. Éste redecoró las estanterías de la nueva casa de la actriz «a juego con el ambiente». Dejemos que se explique: «Las fundas para libros de mi invención hacen posible que una persona pueda tener las obras completas de Jane Austen con cierto tono Pantone en las cubiertas y un lomo que esté en armonía con el resto de la decoración», dice. Y lo que cobra por las fundas no quieran ni saberlo.

¡Vaya descubrimiento! Hace muchos años, mi padre trataba con un vendedor de enciclopedias cuya principal línea de negocio era vender libros de postín a tanto el metro de estantería. Enciclopedias y novelas clásicas con tapas de cuero rojo, verde o marrón, que dieran el pego, que luego nadie leía. Se forraba vendiéndolas en la parte alta de Barcelona.

Un servidor, lector de toda la vida y amante de los libros, lee estas cosas y pone los ojos en blanco. Porque me duele tanta tontería. Pero ojalá sólo fueran los libros.

Cuando uno se enfrenta a la política tiene la impresión de enfrentarse a las bibliotecas diseñadas por el señor Wine. Bajo una cubierta a juego con la decoración, tropezará con un «relato», y cómo odio esa palabra lejos del ámbito lingüístico. Muchas veces el «relato» es una página en blanco y el «relator» va improvisando según sopla el viento. Citaríamos los «relatos» de Colau, por ejemplo, capaces de decir sí, no y todo lo contrario en página y media, pero no serían los únicos. Los «relatos» procesistas nos remiten a Kafka, pero el alemán del escritor checo tenía todo el sentido del que éstos carecen; son «relatos» onanistas que no tienen ni principio ni final ni nada, fuera de muy mala leche al final. Los «relatos» de la izquierda son embrollados e ininteligibles; los de la derecha, un despropósito suicida; los del pujolismo, un libro de contabilidad con muchos ceros, que todavía no se ha cerrado, aunque nadie quiere abrirlo del todo. Etcétera. Casi todo son encuadernaciones al gusto de libros que no tienen nada que decir, y no de literatura de la buena.

Uno quisiera una población más leída, que prefiriera la honestidad de unas estanterías donde conviven toda clase de textos e ideas, tamaños y colores, que el tiempo pondrá en su justo lugar, sea como obra de referencia, sea como ese libro que nunca más volveremos a leer. No hay necesidad de disimular ese carácter bajo fundas con el Pantone a juego con la moqueta.

Será por eso que los planes de promoción de la lectura nunca cuentan con el apoyo suficiente.