El Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado que esta semana piensa empezar a hacer que algunos conductores de motos cumplan la norma que dice que las aceras son para los peatones y las calzadas para las máquinas. Es decir, que hasta ahora había barra libre en toda la ciudad y, a partir de ahora, habrá barra libre sólo en casi toda la ciudad. Porque el anuncio señala que sólo serán sancionadas las motos aparcadas en 10 zonas de Barcelona. Para el resto, se aplicará aquel castizo dicho castizo: “ya te veré, Maria José”.

La decisión es, claramente, una fuente de agravios: ¿Por qué en la plaza de Joan Peiró se multa, pero no en la calle de Numancia, que está casi al lado? ¿Por qué en la calle de Girona y no en la de Diputació? ¿Por qué no en la Vía Augusta entre conde de Salvatierra y Travessera, que es una selva de motos? ¿Por qué no en la Diagonal, frente a la Illa, donde hay un espacio reservado para motos, pero éstas ocupan muchas veces más del doble y circulan entre los peatones, no siempre despacio?

Y así hasta donde se quiera preguntar. La explicación, siendo bien pensados, parece simple: el consistorio quiere empezar por poco para, es un suponer, ir extendiendo luego la medida a toda la ciudad. Si es así, bien estaría poner fecha límite al asunto.

Un folleto de la Guardia Urbana recuerda que esta medida está orientada a defender el derecho del peatón y que, en algún momento, “todos somos peatones”. Ya era hora de que alguien con mando en plaza se diera cuenta. Desde luego, mejor haber empezado tan tarde que seguir aplazando una actuación que (si se aplica) producirá cierto cabreo entre los conductores (algunos, no todos) de motocicletas, que son peatones a tiempo parcial y reducido, porque hasta ahora dejaban el vehículo en la mismísima puerta de dónde fuera que hubieran ido. Y si no la metían en el ascensor es porque no cabe.

Se podría haber recordado a los conductores cómo deben aparcar bien y al mismo tiempo, también a los dueños de los talleres de motos. Una vez más no todos actúan igual, pero son muchos, muchísimos, los que utilizan la acera (incluso teniendo menos de tres metros) como zona de almacenamiento de los vehículos a reparar. Claro, el metro cuadrado en la ciudad es muy caro, pero al final lo que ocurre es que los talleres que se apropian del espacio urbano en beneficio propio están haciendo competencia desleal a los que, previendo el grueso de la clientela, pagan más porque contratan más metros cuadrados.

No se comprende que si un bar ocupa las calles con mesas para dar servicio tenga que pagar un potosí en tasas y esa misma ocupación resulte totalmente gratis si lo que se pone son motos que, muchas veces, sueltan grasa y huelen mal (además de hacer un montón de ruido).

El respeto al peatón, al espacio del peatón, era uno de los lemas del equipo de gobierno. De momento, sin embargo, las máquinas van ganando por goleada. Ahora se anuncia mano dura (tampoco tanto) contra las motos, pero igual lo que ocurre es que el espacio que dejen libre las motos sirve para que corran más los patinetes o algunos ciclistas. Hay conductores de bicicleta que tienen tal pasión por las aceras que circulan por ellas incluso habiendo un carril-bici en la misma calle, a menos de medio metro de distancia.

Está bien que se defienda al ciclista frente a transportes contaminantes, pero tampoco es necesario que eso se haga en detrimento de los peatones. De ahí que se entienda que algunas asociaciones del mundo de la bicicleta hayan criticado que se les reserve el espacio central en la futura (¡ay, aquí casi todo lo bueno se sitúa siempre en el futuro!) Vía Laietana; lo que parece un desatino es pedir que se les dé más anchura a sus carriles a costa de ampliar menos las aceras. El argumento de que si no se hace lo que piden, irán por las aceras es, como poco, una falta de respeto a los peatones.

De todas formas conviene repetirlo: la norma ya existía. Lo que pasa es que no se hacía cumplir. En detrimento de los peatones, que de momento aún no se han asociado para protestar y cortar la Meridiana.