En el sótano del MACBA resulta, no lo sabía, que hay una sala de cine. Bajo las escaleras hacia ese inesperado subsuelo y veo los tres peores cortometrajes de mi vida en el marco de no sé qué festival.

A la salida de esa insulsa media hora me encuentro de frente con otro tipo de expresión cultural que sí me da un revolcón: decenas de adolescentes sentados en una grada de cemento entre la plaza del MACBA (Àngels) y la del CCCB (Joan Corominas) mientras van pasando de dos en dos raperos que improvisan sus piques con ingeniosas rimas.

El animador de la fiesta desafía al público con su micrófono pegado a un altavoz: “¡Si habéis venido a ver y no a hacer ruido os podríais haber quedado en casa viendo Netflix!”. Les insulta. Y ahora sí, ellos responden con ovaciones: “¡Parece que queréis que os insulte!”, replica entre risas.

Entre los raperos hay púberes parcos en palabras que se dedican a insultar y otros mucho más creativos, capaces de improvisar frases-navaja a la misma velocidad que Messi te arma un disparo y con cadencias variadas.

Camino a la Plaça dels Àngels, un grupo de jóvenes algo más crecidos toca rumba en la terraza de un bar. Los skaters y fumadores de porros, ya se sabe, todas las noches de guardia. El olor a costo quemado y el runrún de ruedas de los monopatines inflaman de vida los sentidos en esta plaza de cemento sin árboles ni patria.

Aún queda llama en esta ciudad malherida por la gentrificación y la precaria subsistencia post-crisis sin horizontes, por el hastío, donde los locales olvidan a menudo que para muchos es la mejor ciudad del mundo y donde los turistas son en ocasiones estorbos para el viandante o ruidosos fiesteros. Disfrutan, eso sí, de la ciudad bastante más que los barceloneses.

Del entorno del MACBA, no sé por qué, los turistas no han acabado de apropiarse, y la gentrificación aquí no ha matado la esencia del barrio, aunque genere grandes problemas por el ruido, los narcopisos y los fondos buitre barriendo los bloques de quienes viven allí.

Hace mucho tiempo que no entro a las exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo ni del Cenro de Cultura Contemporánea de Barcelona, juntitos en el corazón más hirviente del Raval.

Y sin embargo siempre que paso por allí siento bofetadas de cultura contemporánea, alguna esperanza de que todavía hay lugar para creer y crear en las calles, lejos de convencionalismos, burocracia, y con una espontaneidad vibrante.