Hace unos años, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) calculó la contribución de la ganadería a las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático. Concluyó que sumaban el 19% de tales emisiones y que la ganadería emitía más CO2 equivalente que el transporte. Los vegetarianos se frotaron las manos por sumar una razón más a sus ataques a las proteínas de origen animal, pero los expertos señalaron que el cálculo contenía graves errores de método. La FAO reconoció tales errores y hoy estima que no era un 19%, sino un 9%, aunque algunas discrepancias en el método de cálculo podrían rebajar esta cifra hasta un 5 %. Incluso dando por bueno el 9 %, podría reducirse fácilmente en tres o cuatro puntos porcentuales con cambios en la alimentación del ganado y la distribución de la carne. Pero el 19% ha quedado ahí, en el imaginario de los vegetarianos.

Curiosamente, dos terceras partes de las emisiones de CO2 equivalente son entéricas. Es decir, para que nos entendamos, debidas a las flatulencias de los animales (y perdonen ustedes). Con diferencia, el ganado bovino es el que más pedos se tira, con alto contenido de metano. Tanto es así que un kg de proteína animal de vaca equivale, en emisiones de CO2 equivalente, a 15 kg de proteína animal procedente de los huevos o a 10 kg procedentes de los cerdos o las aves de corral. Sin embargo, la FAO no considera las emisiones de CO2 equivalente asociadas a los animales domésticos, nuestras mascotas. ¡Ojo! En Europa y América del Norte son responsables de más emisiones de efecto invernadero que las vacas. Tampoco cuenta las emisiones de las termitas, que emiten tanto CO2 equivalente como todas las vacas del mundo. Puestos a considerar, tampoco considera los pedos que nos tiramos los seres humanos, que emiten más CO2 equivalente que la ganadería porcina, ovina o aviar. Cómo y por qué contar unos pedos sí y otros pedos no es una cuestión técnicamente compleja y a veces polémica.

Eso no quita que el Ayuntamiento de Barcelona, en plena alerta climática y trufado de personas con ideas singulares, haya puesto en marcha un plan para reducir la huella climática en las escuelas del municipio quitando carne del menú. Hablé de ello con un inspector sanitario, por si acaso. De entrada, dijo, disminuir la cantidad de carne roja de nuestras comidas es bueno. Ahora bien, si buscamos emitir menos CO2, tendrían que eliminarse los servicios de «catering» y cocinar en las mismas escuelas. La reducción de emisiones sería mucho mayor y se crearían puestos de trabajo de calidad. También se eliminarían algunos riesgos sanitarios y mejoraría la calidad del producto. Bien gestionadas, las cocinas de las escuelas, añadió mi interlocutor, podrían ser aulas de alimentación y cumplir una función didáctica muy necesaria. Todo lo demás es publicidad, añadió.

Imagino a una familia que tiene problemas para llegar a finales de mes. Cuando oigan que a partir de ahora los menús de las escuelas serán ecochachis, es fácil que piensen algo así como: «¡¿Otra pijada?! ¡Vale ya! ¡Mira que no hay problemas!». Luego alguien preguntará por qué la izquierda no cosecha votos entre sus votantes potenciales, o se llevará una sorpresa cuando éstos voten a populismos descerebrados. Tenemos un serio problema de prioridades y otro igualmente serio de comunicación.

Por cierto, leí en estas páginas que, en plena alerta climática (¡vamos a morir todos!) va TMB y retira ochenta y pico autobuses de circulación. Eso denunció, si mal no recuerdo, la CGT. Mal asunto, que requiere una explicación. Pero también leí que TMB ha comprado un puñado de autobuses eléctricos de gran capacidad. Vale, bien. Me pregunto cuándo alguien propondrá en serio el retorno del trolebús o cuándo se ampliará la red de tranvías, asunto que merecería ser estudiado con rigor y seriedad.

En cualquier caso, también cabe considerar que podrían emplear biogás (pedo de vaca reciclado) como combustible de la flota de autobuses. Ahí lo dejo.