Prestar servicios con eficacia, pero también mantener el poder en un determinado territorio en el que se puede estar cómodo, con un gran conocimiento de la población, con una gran popularidad y con el ánimo de poner en marcha grandes proyectos que nunca se acaban de concretar. Los alcaldes metropolitanos de Barcelona se enfrentan a una gran disyuntiva, porque la oportunidad ahora es enorme. Depende de la voluntad política de los servidores públicos, más que de leyes o de la creación de nuevos organismos de carácter burocrático. Las necesidades son ahora tan perentorias que no quedará otra que actuar y buscar ese bien colectivo que los dirigentes políticos dicen defender.

La llama la ha encendido Jaume Collboni, el alcalde de Barcelona, aunque, tal vez, con más ánimo provocativo que como una posibilidad real. Pide Collboni que se hagan cesiones de arriba abajo, de la Generalitat y del Gobierno central a los alcaldes, pero también de éstos hacia la región metropolitana, que, por ahora, está representada por el Área Metropolitana de Barcelona, el AMB. La región pretende superar el perímetro del AMB, pero Collboni no ha pedido un nuevo organismo, sino mejorar la colaboración del AMB con el resto de alcaldes de la primera y la segunda corona de Barcelona. Y, de hecho, lo que ha puesto en evidencia es que el Govern de la Generalitat parece ajeno a esas nuevas demandas, sin que haya ofrecido ninguna idea interesante.

El problema es la dimensión del propio territorio de Catalunya. Si funciona una gran región metropolitana, con planes compartidos, con un diseño producto de la colaboración sobre movilidad, vivienda o medio ambiente, que abarque 5,5 millones de personas, ¿qué papel tendrá el Govern de la Generalitat, que sigue empeñado en cuestiones como organizar un referéndum sobre la soberanía pactado con el Gobierno central? El reto real que abordará Catalunya en los próximos años es el de organizar una gran mancha urbana, alrededor de Barcelona, que es el verdadero motor de toda la comunidad, y que exige respuestas ante el modelo económico que se ha decidido seguir. Si Barcelona se entrega al turismo, si ofrece la ciudad a los profesionales liberales de todo el mundo, como la joya de la corona, las administraciones deberán dar respuesta a los habitantes de toda la región, que son expulsados por la falta de vivienda asequible.

Ahora bien, serán los propios alcaldes los que deberán ponerse de acuerdo. Ejemplos hay muchos, desde la necesidad de constituir una gran área libre de emisiones, --sin que cada municipio dicte una normativa particular, sin que cada ayuntamiento decida multar a los vehículos en función de su conveniencia—hasta la movilidad a través de un servicio de bicing que no se deba cambiar cuando entramos en L’Hospitalet.

Hay cosas que se han hecho bien, y que ofrecen una identidad de la que todavía no se es consciente. La Autoritat del Transport Metropolità (ATM) es un consorcio en el que participa el AMB, la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y la AMTU, una asociación de municipios de esas segundas y terceras coronas que han empujado para favorecer el concepto de metrópolis. Un ciudadano medio puede que no conozca los detalles de esa colaboración, pero agradece que pueda moverse con un solo título, que puede cargar, además, a través del móvil.

Sabemos, por la experiencia de las últimas décadas, que los gobiernos nacionalistas al frente de la Generalitat nunca han visto con buenos ojos esa integración metropolitana. Pero hoy ya no se trata de crear administraciones paralelas, o de hacer la competencia a un presidente nacionalista, sino de facilitar la vida a las personas. Y el Govern, sea presidido por Pere Aragonès o Salvador Illa, o Carles Puigdemont, si llegara el caso, debería estar preocupado y ocupado por alzar esa metrópolis, porque, entre otras cosas, es la garantía de que Catalunya pueda tener un futuro exitoso.

Lo que también deberíamos saber es que los propios alcaldes tendrán dificultades para adaptarse a ese futuro. Ceder y colaborar, integrar y facilitar. Son verbos que no son compatibles con alcaldadas, con el gobierno del terruño, y son verbos incómodos y difíciles de conjugar, nadie lo niega. Pero es cada vez más imprescindible que estén presentes. Catalunya tiene una oportunidad, y se llama región metropolitana integrada.