El alcalde o alcaldesa de una población mediana o pequeña se ve tentado. Con unas competencias limitadas, pero con mando en plaza, con la posibilidad de tomar decisiones sin un corsé muy ajustado, apelar a la soberanía local puede serle muy apetecible. Buscar aquello que le permita la reelección, siempre muy pendiente de los vecinos, y señalando a otras administraciones, la tentación es grande. Pero, ¿y el futuro? ¿Cómo se puede inocular la ilusión para que esos vecinos y sus descendientes quieran seguir viviendo en esas localidades? Los alcaldes metropolitanos de Barcelona, en su gran mayoría, han tomado conciencia de que no pueden tomar esa senda y se han organizado o han buscado ayuda para impulsar proyectos colectivos.

Es el caso de la alcaldesa de Esplugues, Pilar Díaz, o de Gemma Badia, en Gavà, o de Nuria Marín, en L’Hospitalet. El área metropolitana de Barcelona entiende que sólo desde la asunción de proyectos que sean transformadores, que sean capaces de crear sinergias entre actores muy diferentes, habrá futuro económico. Y ese crecimiento económico podrá asegurar la cohesión social que defienden. ¿Cuál es el problema? El poco sentido de la realidad de otra administración: la Generalitat, que carece de una idea global sobre el territorio que administra. ¿Se ha proyectado, a partir del incremento de la población, dónde se construirá vivienda y cómo? ¿Hay una previsión sobre el consumo energético o de agua de esa gran área metropolitana? ¿Se sabe el tipo de talento que se necesitará y cómo se puede lograr una mayor inversión en función del potencial de las empresas locales, de servicios o industriales?

En Esplugues se encargó un estudio al urbanista Ramon Gras, que trabaja en Boston, para reordenar el territorio y aprovechar la capacidad de estructuras ya existentes, de referencias como el Hospital Sant Joan de Déu, y de las que llegarán,  pensando en el traslado del Hospital Clínic a los terrenos deportivos de la UB en la Diagonal. En colaboración con L’Hospitalet, que ha buscado superar sus heridas urbanas con la planificación de un BioClúster que puede ser de los más importantes en Europa, Esplugues ha ideado hasta cuatro distritos de innovación. Se trata de un polo en esa parte del área metropolitana que puede unir científicos, profesionales liberales, médicos, investigadores, y trabajadores industriales.

Pero hacen falta infraestructuras, la complicidad de una administración que es la que tiene las competencias en vivienda, en sanidad, o la capacidad para impulsar infraestructuras como la prolongación del metro, de la Línea 3, por ejemplo. Y lo que los alcaldes metropolitanos constatan es que, en muchas ocasiones, no hay nadie en el otro lado. O se ponen pegas por la falta de recursos económicos, o se culpa a otra administración, como la Administración General del Estado, o, simplemente, no se quieren asumir las necesidades de esa parte del territorio catalán.

Es cierto que no puede haber un foso entre la Catalunya metropolitana y la Catalunya comarcal. Es verdad que hay un peligro de que otras ciudades, las medianas, o las que son capital de comarca, como Manresa, Olot o Igualada, caigan en la inanición. Pero sin aprovechar la potencia del área metropolitana de Barcelona, gripará todo el territorio catalán. Es lo que el Govern de la Generalitat, el ejecutivo de los últimos años, no ha sabido ver.

Los alcaldes metropolitanos se han movido, --incluyendo al actual alcalde de Barcelona—y buscan, inquietos, respuestas en la administración catalana. Se sienten huérfanos, porque tienen muy claro que ellos solos no pueden, que por muchos proyectos urbanísticos, --de reordenación de equipamientos--, que hagan o encarguen el liderazgo debe llegar desde la Generalitat.

No se trata de una cuestión de color político. Al revés. Los distintos partidos deberían colaborar. Lo que está en juego es que haya oportunidades para las siguientes generaciones. Y eso sólo puede pasar por trabajos de alto valor añadido, por provocar situaciones que favorezcan inversiones potentes para competir en el mundo.