El modelo de Barcelona, desde los Juegos Olímpicos de 1992, ha tenido una característica que se ha defendido con mayor o menor intensidad a lo largo de los años. Se trata de la colaboración público-privada, que ha sido entendida, sin embargo, de forma distinta en función de los responsables políticos. Desde la izquierda alternativa, la que se organizó a partir del movimiento 15M, esa gestión no era otra cosa que dar rienda suelta al sector privado. Es decir, que la administración pública, bajo ese modelo, servía sin pudor a las empresas privadas. Éstas también han jugado al equívoco, al entender que el sector público debe facilitar trámites y aportar notables recursos públicos, mientras que el sector privado se encarga de recoger los beneficios. Pero lo que los colaboradores de Pasqual Maragall en su día, junto con empresarios responsables de mirada larga pensaron es un sistema en el que cada parte hace lo que sabe hacer, colaboran y buscan el bien general.

Con la organización de la Diada de Sant Jordi se puede hablar de colaboración público-privada bien entendida, desde la convicción de que no se trata de hacer negocio, pero sí de que cada uno aporte, para que se valore tanto el esfuerzo público como el privado. Hay quejas, claro, siempre las habrá. Pero el acuerdo alcanzado debe destacarse. El Gremi de Llibreters, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat han considerado que algunos puestos en la Diada serán de pago. ¿Se ‘privatiza’ una fiesta popular? No, se organiza mejor una fiesta de todos, en la que participan todos, con la ocupación de un espacio público, que exige un gasto de la administración, que, a su vez, pagan todos los contribuyentes, los que compran libros y rosas, y los que no, los que pasean ese día y los que se quedan en casa, o prefieren hacer cualquier otra cosa.

El propio Gremi de Llibreters ha señalado que “el copago ha llegado para quedarse”. Pagarán –entre 80 y 100 euros—aquellos que se sitúen en los espacios reservados para profesionales. Son los que cuentan con prestaciones de suministro eléctrico y otros servicios que permitan una mejor organización para la venta.

En esas zonas para profesionales, en las zonas habilitadas en el centro de Barcelona y en los centros de diferentes distritos de la ciudad, el sector público ha hecho los deberes. El experimento se hizo con la pandemia del Covid, para minimizar riesgos cuando se pudo organizar la primera Diada, en 2022. Se peatonalizaron calles, se desplegaron agentes de la Guardia Urbana, y se planificó durante todo el día la circulación en la ciudad. Eso cuesta dinero. Y está bien, porque Sant Jordi, además de suponer una buena parte de la facturación de todo el año del sector editorial y del sector de la floristería, es querido por la ciudadanía. Es una fiesta que ofrece identidad y produce orgullo colectivo. Pero las cosas se deben gestionar con criterio y la máxima eficacia.

Un acuerdo, un pacto, entre todas las partes afectadas, que puede suponer, sí, un dispendio no previsto por pequeñas editoriales o librerías o puestos de flores. Pero que es necesario y contiene un mensaje: todos deben arrimar el hombro, de forma proporcional, sin excesos, sin castigar a nadie más que a otros. La colaboración público-privada significa exactamente eso: hacer posible algo que nadie en solitario podría hacer. El ejemplo ahora de Sant Jordi, más fácil, posible, con buen tono, --no lo negaremos—debería servir para poner en marcha proyectos ambiciosos, como la construcción de vivienda asequible, de mercado libre y protegido. En el área metropolitana de Barcelona ya se ha iniciado, con la empresa mixta Habitatge Metròpolis Barcelona, constituida entre el AMB y la unión de dos empresas privadas, Cevasa y Neinor. El objetivo es construir 4.500 viviendas de alquiler protegido en la ciudad de Barcelona y en el área metropolitana en ocho años.

Ese es el espíritu. Es lo que ha caracterizado a Barcelona en las últimas décadas, salvo en los últimos ocho años, donde no se entendió lo que quería decir. Hoy los proyectos unidireccionales no funcionan. La sociedad es plural, con intereses cruzados. Se trata de buscar simbiosis, siendo consciente de que todos quieren ganar. Claro. Pero hay que pactar, como se ha hecho ahora en el caso de la Diada de Sant Jordi.