Cada uno de los que exigía verbalmente que no se politizara el aniversario de los atentados del 17-A, lo estaba haciendo. Consciente o no, es una técnica de programación neurolingüística (PNL) como la de No pienses en un elefante, de George Lakoff. Una llega a plantearse si los políticos, además de los principios y la ética, se han arrancado el corazón y lo han enterrado con cal. Que para quien pierde a un ser amado de forma tan traumática como en un atentado, un año es un microsegundo.

La herida está abierta, sangra. Se te olvida hasta respirar y si lo recuerdas, te cuesta la vida inhalar una vez más. Porque nada importa, y mucho menos el conflicto de cuatro payasos que en un día de duelo (en el que esperas respeto; léase silencio) deciden colgar pancartas para recordar que Catalunya no tiene rey (hay 364 días para expresarlo) o reciben al monarca con vivas o informándole "Felipe, no estás solo" (las que estaban solas eran las víctimas, imbéciles). 

Felipe VI no saludó a los consellers. Sí le encajó la mano al president de la Generalitat. Y Torra aprovechó ese instante para presentarle a la esposa de Joaquim Forn y recordarle que el conseller está en la cárcel. La mirada de reojo del monarca (prevenía la encerrona) confirmó que aquel acto estaba prostituido por ambos lados. Pues el protagonismo, ese día, debería haber sido exclusivamente de las víctimas y del dolor de sus familiares y allegados. Pero una vez más, los líderes vendieron la pena de la ciudadanía a sus propias causas e intereses.  

Plaça Catalunya no estaba llena. Quizá porque la mayoría de ciudadanos advirtieron que el acto de homenaje a las víctimas iba a convertirse en un espectáculo bochornoso. Mientras los asistentes con banderas españolas y sombreritos patrióticos tenían acceso directo; los que intentaban hacerlo con esteladas o pancartas en contra de la presencia y los negocios armamentísticos del soberano eran requisados. A cada frase en catalán de Gemma Nierga, conductora del acto, alguien la interrumpía con gritos de "En español, coño". Como si el idioma, y no las 16 personas asesinadas, fueran lo importante.

Y si por la tarde los independentistas se fueron a Lledoners a reivindicar la  figura de Quim Forn y exigir su libertad (podían haberlo hecho el 18, 19 o 20 de agosto) como responsable de la operación antiyihadista de un año antes; al día siguiente, en Cambrils, a Xavier García Albiol no se le ocurrió mejor emplazamiento para recriminarle a Torra su amenaza del día anterior ("Hay que atacar al Estado"). Y el president de la Generalitat, que como Quim Torra puede hacer lo que le tercie pero como president debe guardar las formas y saberse siempre sereno, dejó al líder del PPC con la palabra en la boca. Y otra vez la noticia no fue la condena de los atentados sino el encontronazo político. 

Con todo, si yo hubiera sido víctima directa de los atentados de Barcelona y Cambrils me estaría acordando de vuestros muertos.