El independentismo puso de moda una expresión que, no por ser falsa, contó con menos adeptos: “España nos roba”. “Nos” pretendía remitir a todos los catalanes y “España”, a todos los españoles, menos los residentes en Cataluña que eran todos muy honestos. Al margen de su falsedad e inconsistencia, la afirmación, prendió de inmediato y se convirtió en un lema porque era fácil de repetir e incluso de entender. No hacía falta pensar para entenderla. Es más: sin pensar se entendía mejor que pensando, porque entonces si se piensa puede uno darse cuenta del sinsentido de la expresión. Era tan sencilla de usar que hasta Trump se ha apuntado al “me están robando”.

Pero, mira por dónde, en la cosa de los robos se ha ido progresando, es decir, aprendiendo. De modo que se ha podido ver que algunos catalanes no tenían inconveniente en apropiarse del dinero de otros catalanes. Preferentemente, dinero del área metropolitana para financiar el territorio con menos población, pero de voto carlista, y fidelizar ese voto para el independentismo. Robos discretos, naturalmente. En ocasiones se trataba de apenas un 3% o un 4% y en otras de fraudes a Hacienda llevando el dinero a Andorra, o de desvíos de dinero a través de la música hacia fundaciones convergentes y, también, hacia los bolsillos de los Millet de turno. Pura comisión de intermediario, que la vida en Barcelona está muy cara.

Antes ya había habido algunas evidencias: el caso Trabajo, las andanzas de Alavedra y Prenafeta con un exalcalde de Santa Coloma, los arreglos de la casa de algún conseller, las recalificaciones de terrenos de los familiares de otro o las compras de plantas a granel para adornar las sedes barcelonesas del Gobierno catalán y, ya de paso, la del Puerto de Barcelona. Y todo a buen precio para la vendedora que visitaba los locales y se exclamaba: "¡Qué triste está esta sala! Ya te enviaré unas flores”. Y las enviaba. Con la factura correspondiente.

Ahora, unas grabaciones hechas con autorización judicial han mostrado que la cosa no acaba ahí. Esta vez, el centro de la actividad, tal vez no ilegal, pero de moralidad más que dudosa, se halla en el área metropolitana, para ser precisos, en Sant Joan Despí, la sede de TV-3. Allí se organizan al menos dos estafas generalizadas al conjunto de catalanes. La primera, financiar con dinero de todos el aparato de publicidad del independentismo en general y de Carles Puigdemont, en particular. Al menos eso se desprende de lo oído a Pilar Rahola en amena charla con David Madí. El mismo Madí que fue estrecho colaborador de Artur Mas (el astuto) y que hablaba con Tatxo Benet sobre la emisión de unos documentales en la cadena catalana, pagando, claro está, que la defensa del independentismo bien vale una ayudita.

Estas grabaciones pertenecen al paquete en el que unos y otros explicaban que 10.000 soldados rusos iban a desfilar por la Rambla para proclamar a Puigdemont príncipe del principado y a Oriol Junqueras, su valido. No es nuevo, ya antes esa misma Rambla la llenaba la sexta flota de EE UU, a la búsqueda de prostitución que consumir mientras defendía a otro mangui: el general Franco.

Los espectadores de TV-3 se habrán enterado de poca cosa. A lo sumo, del enfado de Rahola ante el hecho de que se hayan difundido las grabaciones: es que es la repera, en esta dictadura ya no se puede ni meter mano al erario público sin que te lo recriminen. En La traición (Miguel Catalán) puede leerse que los poderes (o sus acólitos, como es el caso de Rahola) pueden tratar de desprestigiar a quien tira de la manta, de modo que “a consecuencia de este juego ilusionista de manos, quien denuncia las prácticas delictivas o criminales se convierte en culpable de revelarlas”. Es decir, lo grave no es lo que dice Rahola sobre que quiere dinero público, sino que se sepa que lo ha dicho. Porque lo quiere y se le da. No en vano hay quien la llama “la bien pagá”.

Gracias a las grabaciones se ha podido saber que los catalanes en general y los barceloneses en particular aportan dinero para una cadena de televisión que se dedica a financiar a los amigos y amigas de Puigdemont (a su mujer la financia la Diputació de Barcelona) y a ocultar la información que tal vez desearían tener todos los ciudadanos. ¡Tantas cámaras para seguir a los CDR en sus excursiones a Via Laietana y tan pocas para enfocar a la propia cadena repartiendo programas y dinero entre los afines! Dinero de todos los catalanes que, a tenor de lo escuchado, pueden afirmar con rotundidad: “TV-3 nos roba”. A manos llenas.