Sant Jordi, libros, rosas y librerías abiertas. En un mundo donde las plataformas digitales ofrecen acceso instantáneo a una amplísima variedad de libros -como la angustiante fantasía de la Biblioteca de Babel de J.L. Borges de carácter ilimitado y periódico-, la apertura y presencia perdurable de las tradicionales librerías puede parecer algo pintoresco o demodé. Igual lo es.  Así que, como progenitores de una librería de reciente aparición en Barcelona, no nos queda más remedio que aceptar nuestra condición extravagante. ¿Y qué más da, si estos establecimientos de ladrillo, mortero y estantes de madera continúan ocupando un lugar único en la sociedad que los acoge? Hoy día, una librería satisface las mismas necesidades públicas de siempre, ofrecer un acceso de calidad a la cultura, aunque lo hace de un modo más rico: dibuja un espacio comunitario, con puertas de entrada y espacios de acogida, que apoyan el encuentro reposado con la literatura y tejen una trama cultural que viste al individuo, al vecindario y a la ciudad de una forma insustituible.

Las librerías desempeñan un papel crucial en la preservación y promoción de la cultura. A diferencia del espacio total -y absurdo- de plantas hexagonales, muros conectados y estantes de la Biblioteca de Borges -que intuye la aparición de las IAs generativas-, las librerías restituyen a las personas a su condición más singularmente humana, la del libre albedrío, la intuición, y la búsqueda del delicioso placer creativo que solo pueden surgir entre aquellos que se dan el lujo de pasear sin prisas por sus estantes y mesas en búsqueda de sus libros. Los algoritmos de búsqueda crean arquetipos de lectores amodorrados. Una librería es un espacio que contiene provisionalmente el caos desbordante que vive silenciosamente en cada estantería, dentro de la increíble variedad de publicaciones existentes. Una librería es un espacio de mera ordenación formal de la riqueza cósmica generada por la mente humana. El buen lector, la persona cultivada, es amante del riesgo de esa cita a ciegas que es la lectura de cualquier libro. Anhela, como los amantes, lo inesperado. Rehúye la rutina y sigue su propio impulso natural como guía en la búsqueda de la lujuria lectora. Y no por ello la lectura deja de ser un acto social, que traslada un sentido profundo de la fraternidad humana.

Nada más alejado de un buen lector que una mente solitaria, aislada del mundo o de la sociedad, bobamente encerrada en sí misma. Exponerse a un libro, implica un punto de partida de extrema generosidad hacia el otro, el escritor y sus voces interiores; sin saber el qué ni el cómo, se abre la puerta de lo más sagrado, la mente, de modo transitorio pero desprendido, a lo pensado por un ser desconocido, y del modo más abandonado posible, envolviéndolo en el silencio susurrante del pase de las páginas. La lectura es una invasión del otro con vocación de conquista. De ahí, quizá, que las librerías se estén transformando cada vez más en Europa en un espacio de vida comunitaria. Es fundamental disponer de librerías-librerías que extiendan las potencialidades de esas sociedades imaginarias creadas mediante la lectura; que faciliten los encuentros vivos con los autores, los clubs de lectura, de escritura, o la proyección de los mismos intereses hacia otras actividades culturales que transcurren en paralelo: la música, el cine, etc. Quien lee con frecuencia y variedad, suele alcanzar aquellas formas de equilibrio entre la libertad individual y la afectividad social amplia que mejor sirven para el avance de una sociedad moderna, libre e igualitaria.

Más allá de este significado cultural y social, no se debe olvidar el papel vital que las librerías también desempeñan en el apoyo a las economías locales. Las librerías independientes contribuyen a la vitalidad económica de los vecindarios al crear empleos, generar ingresos fiscales y atraer tráfico peatonal de calidad al barrio y a los negocios circundantes. Son múltiples los estudios que demuestran que el dinero invertido o gastado en estos negocios culturales, tienden a circular mejor dentro de la comunidad, creando un efecto multiplicador que beneficia a la economía local en su conjunto. Las librerías independientes priorizan la venta de libros de autores y editoriales minoritarias y de calidad, y exhiben obras difíciles de encontrar en otras formas de comercialización al por mayor. La abundancia de la riqueza social se encuentra en estos espacios. Al proporcionar una plataforma para el talento minoritario, o para las formas culturales más selectas, las librerías promueven una escena cultural más vibrante, un paisanaje plural, y por ello, más ajustado a la realidad social y con capacidad de mantener vivas todas las ideas que emergen en una sociedad despierta.

En fin, quizás lo más importante, las librerías siguen desempeñando un papel crucial en el fomento del amor por la lectura, especialmente entre los jóvenes. Cuatro años de experiencia como libreros bastan para afirmar, contra la opinio communis, que los jóvenes leen apasionadamente. Que es en las  librerías donde buscan también esa experiencia sensorial, estética, que orienta todos sus sentidos hacia la lectura en la búsqueda en la búsqueda de respuestas. Para ellos, igual que lo fue para nosotros cuando éramos más jóvenes, visitar una librería es una vivencia plácida que estimula el amor por los libros y les abre sus horizontes de conocimiento. Navegando por los estantes en busca de su historia favorita, o creando sus interesantísimos clubes de lectura libre -cada cual lee lo que quiere y explica a los demás lo leído-, la juventud también encuentra en las librerías los estímulos que necesitan para el desarrollo de su imaginación, de su creatividad,  e incluso del pensamiento crítico, algo muy postergado en los procesos de educación oficial. Y saben degustar un buen café… o un sofisticado té matcha.

Esto dicho, a pesar de su atractivo perdurable, las librerías siguen enfrentándose a numerosos desafíos propios de la época actual. La competencia con la comercialización en línea de grandes grupos minoristas “de cuyo nombre no quiero acordarme”; el aumento de los costes de todo tipo (financieros, fiscales, legales, etc.) de las actividades comerciales; la ausencia de la sensibilidad adecuada de los poderes públicos hacia los estragos que causó la pandemia en los comercios minoristas en general, y su incapacidad para desarrollar una política pública específica en pro de su mantenimiento y recuperación -concentraron el grueso de sus ayudas a fondo perdido en las grandes empresas y cargaron con plomo crediticio ICO a las pymes, cuyo peso quiebra todavía hoy las estanterías de miles de  comercios-; y los cambios en los hábitos de consumo, representan retos de calado para la supervivencia de cualquier librería independiente. Estos desafíos deben servir para estimular la innovación y la resiliencia dentro del sector a través de la diversificación de sus fuentes de ingresos -potenciación de las ventas on line, organización de eventos culturales, proporcionar servicios adicionales de calidad al lector, etc.- Pero no deben permitir escurrir el bulto a los poderes públicos en el desarrollo de políticas específicas y sistémicas de ayuda al sector que pongan en mano de los libreros independientes medios robustos que les acompañen adecuadamente en su sostenibilidad. Cierran cada semestre muchas librerías por toda España como para poder afirmar que las instituciones públicas se han hecho cargo realmente de su parte de responsabilidad compartida en la preservación de estos espacios únicos para la cultura.

Una librería independiente es mucho más que un lugar para comprar libros: es una institución sociocultural de interés general que enriquece nuestras vidas de múltiples modos insustituibles. Un lugar esencial para cultivar la libertad de pensamiento. La sociedad, al apoyar estos establecimientos de cualquier forma, no solo celebra su amor compartido por la literatura, sino que invierte en la vitalidad cultural y en un sentido auténtico de la libertad. Sant Jordi, el Día internacional del libro, es un buen momento para hacer la lista de buenos propósitos culturales. Y cumplirlos antes de que se pase el aturdidor subidón colectivo.

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Víctor Sánchez es fundador y CEO de la Librería Byron.