Barcelona es una ciudad que tiene pocas plazas y, en su inmensa mayoría, inútiles para que las utilicen los barceloneses a pie. Tanto es así, que lo más parecido a un ágora ateniense, la tertulia futbolística de Canaletas, se celebraba en La Rambla. 

Cerdà dibujó un ensanche urbano en el que el espacio para las personas era el interior de las manzanas, luego arrasado por la especulación. Las pocas plazas del Eixample han sido entregadas al coche. O están partidas para que los vehículos las crucen (caso de la de Letamendi), o rodeadas de tráfico que dificulta el acceso peatonal. Y, como ejemplo máximo de inoperancia, ahí está la plaza de Cerdà. Tras el derribo del llamado escalectric, que la había hecho desaparecer, fue pensada como un elemento distintivo a la entrada de la ciudad, para quedar finalmente convertida en nada. Pura rotonda ordenadora del tráfico. La escultura, que inicialmente debía haber diseñado Mariscal, pasó a la historia por “problemas técnicos”, según los responsables del momento. El espacio que ha quedado es casi tan feo como el que se encuentra al inicio del Paral·lel, que parece una carbonera.

La Gran Via de Cerdà debería haber tenido una gran plaza en el otro extremo: la de Les Glòries Catalanes. Allí confluyen las tres grandes avenidas barcelonesas: Gran Via, Diagonal y Meridiana. La pretendida plaza ha pasado por tantas fases que parece otro símbolo de Barcelona, reflejando su transformación perpetua sin que, a veces, se sepa demasiado bien hacia dónde llevan los cambios.

Entre Cerdà y Glòries están la plaza de España, en obras desde hace media eternidad; la de la Universitat, casi tan dura como la dels Països Catalans, y la de Tetuán, aislada en su triste soledad.

De la plaza de Lesseps, mejor no hablar. Las últimas transformaciones la han mejorado, pero sigue siendo un espacio inhóspito para el humano desprovisto de motor.

En la Diagonal la cosa no mejora. Llamar hoy plaza a la de Pio XII es casi un sarcasmo. Allí el peatón sólo tiene un destino: el sufrimiento. Vaya donde vaya siempre tendrá que efectuar el recorrido más largo porque casi todo el espacio es para los motores de explosión. La de Francesc Macià (antes Calvo Sotelo y antes Germans Badia y antes Alcalá Zamora) tiene en su centro una hermosa zona ajardinada, obra de Rubió i Tudurí. La última vez que la pisó un humano que no pertenezca a Parcs i Jardins fue durante una acampada del movimiento a favor del 0,7% para países pobres. Hoy ya nadie se acuerda de ello. El dinero se destina a un fin mejor: armas, con la excusa de Ucrania. De aquel movimiento hace ya 20 años. Ahora, con las obras en Urgell, ha logrado ser escasamente útil tanto para peatones como para motorizados.

Hay algunas plazas más, nacidas como consecuencia de ampliaciones discontinuas de la ciudad: la que hay frente a la Catedral, hoy un parque turístico para fotógrafos aficionados; o la de Catalunya, que se sigue sin saber qué quiere ser de mayor. Igual que el Pla de Palau, espacio fragmentado hasta la inutilidad total.

Quedan plazoletas en los cascos antiguos: Gràcia, Sants, Les Corts, El Clot, Horta, Sant Andreu. Pero son de escasas dimensiones y, en cuanto que se ponen a salvo del tráfico rodado se convierten en centro de ocio y ruido nocturno.

Hay una especie de clamor contra el uso de pantallas (de televisión, móviles o tabletas) por parte de los chiquillos. Se dice que es algo terrible y, con pocas dudas, su abuso lo es. Pero la cuestión es: ¿dónde pueden jugar esos niños sin poner en peligro su vida? Porque los críos, cuando juegan, lo hacen con una energía explosiva, corren, se persiguen, saltan, van en bicicletas o patinetes sin motor e, incluso, dan patadas a un balón, no siempre con una gran prudencia. Para todo eso hace falta espacio. El espacio que se les niega porque, se supone, lo necesita el coche o la moto o el autobús. Los ciclistas y los patinetistas no lo necesitan: se lo toman allí donde lo haya, les pertenezca o no.

Hoy por hoy, las únicas plazas que se mantienen libres son las de profesores de matemáticas y física en la enseñanza pública. Plazas, como las urbanas, también mal dotadas y desatendidas.

Claro que hubo un tiempo en que todo estaba peor, pero no hay que conformarse, se puede ir a mejor.