Confieso que pasé miedo la madrugada de este 6 de setiembre. Nunca, en mis 61 años viviendo y durmiendo en Barcelona, había asistido a un espectáculo tan sobrecogedor de relámpagos y truenos. Los relámpagos fueron incesantes; no acaba uno que ya se veía otro. Parecía un fluorescente que fallaba más que una sucesión normal de rayos. Y los truenos casi dentro de casa. Temí por los cristales y esperé con ansia que pasase la tormenta.

Al día siguiente, los desperfectos. Los de muchos rincones de la ciudad. Y los propios. El sótano anegado y el ascensor inutilizado. El camión extractor de agua tardó horas en llegar enfrascado como estaba en mil labores por toda Barcelona. Solo entonces caí en la cuenta que hay más de mil personas durmiendo en las calles barcelonesas. Y en verano, más. Arrels Fundació nos explicó pronto que había sido una noche terrible para muchos de ellos, perdiendo gran parte de sus pocas pertenencias, ropa y calzado incluido.

Cuando una experiencia de ese estilo se vive por primera vez lo lógico es pensar que algo nuevo está pasando. Señalar al cambio climático no me parece ningún despropósito, sobre todo después de un verano en el que las olas de calor han causado más de veinte muertes prematuras.

Esta tormenta de agua y electricidad llega a las puertas de un otoño que nos anuncian tempestuoso. Dicen que será un otoño caliente. En este caso no nos cogerá de sorpresa como las inclemencias del pasado jueves. Ya vivimos espantados los despropósitos políticos de setiembre y octubre del año pasado. Lo lógico sería pensar que peor no puede ser. Ese desbarajuste llegó tras muchos años de lluvia en plan ‘siri miri’, gota a gota. Por fin llegó el huracán unilateral y su réplica se llevaró por delante a la autonomía y dejó como balance un grupo de políticos y activistas independentistas en prisión y otros desplazados al extranjero.

Esperemos que la tormenta que nos auguran para otoño no deje más víctimas por el camino y que tras ella, sino la calma por lo menos vuelva el ‘siri miri’ de antaño. No es que gustase a muchos pero, por lo menos, se podía dormir tranquilo.