Hay una frustración profunda en el mundo de la cultura de Catalunya. La gente se pregunta por qué el MNAC no puede ser el Louvre catalán, y por qué los fondos del MNAC no tienen pegada entre los turistas internacionales. Mientras, los políticos gestionan de manera gallinácea que si los fondos de Sijena deberían ir a España o a Catalunya etc. Intentemos sublimar este tema mediante el análisis de un escenario de ficción muy útil para que los políticos y los tecnócratas unan sus esfuerzos. Para ello, es necesario aceptar unos postulados que, aunque tristes, son lo más reales posibles.

Primer postulado: el arte ya no es arte, es pura comunicación; segundo: la comunicación ya no es radio ni televisión, sino la eventualidad de que un video o un chat se haga verdaderamente viral en las redes; tercero: hay obras de arte con un potencial en las redes que muchas otras obras no tienen, de forma intrínseca. Y una pregunta final: ¿Cómo lanzar el MNAC al circuito de la globalización, para multiplicar por 1000 su número de visitantes, como ya logra la Sagrada Familia, La Mona Lisa o la calavera de diamantes de Damien Hirst?

Voy a hacer una hipótesis histórica, que puede servir como modelo de futuro a nuestros gestores. Esta hipótesis debería servir para que, cambiando de mentalidad, esos gestores sean capaces, en el futuro, de hacer que se hable de nuestro Museu Nacional, y no de las rencillas entre diócesis sobre obras menores del románico que a casi nadie interesan. Las pinturas de Sijena, por cierto, no interesan a nadie: que se las quede Aragón o la madre que las parió.

La hipótesis es la siguiente. La pintura de Leonardo da Vinci Salvator Mundi fue subastada en Sotheby’s por 335 millones de dólares y la compró un fondo de inversión anónimo. No importa saber ahora sobre el valor intrínseco de esta obra de arte. A mí me encanta; pienso que es un verdadero Leonardo, pero eso da lo mismo. Lo que interesa es: ¿Qué potencial mediático adquirieron los fondos de inversión al pagar 335 millones por Salvator Mundi? ¿Cuál es el plan de rentabilidad que tienen previsto sus propietarios, más allá de su aumento de precio en el valor de mercado a lo largo de los próximos años? ¿En qué circuitos masificados va a aparecer Salvator mundi como mito, como sacramento de masas, como talismán que conecta lo global con lo íntimo de un turista nativo digital? Y otra preguna relevante: ¿No podía estar la Conselleria de Cultura involucrada en la subasta de Salvator Mundi, y haber comprado esta obra junto con otros fondos de inversión y así adquirir una parte de su inmenso valor expositivo? ¿Cómo podríamos conseguir los catalanes que Salvator Mundi se expusiera en el MNAC creando colas de visitantes que llegaran, dando varias vueltas a la plaza de toros de las arenas, hasta la mismísima puerta del MNAC?

Son preguntas muy interesantes. Leonardo da Vinci ha sido subastado en una sesión de Maestros Contemporáneos. No es, ya, un maestro antiguo, al estilo de Tiziano, Velázquez o El Greco. La Mona Lisa, la Piedra Rosetta, el Salvator Mundi, han saltado a la escala planetaria apoyados en una avidez fotográfico-digital por captar esas imágenes en los I-Phones y mandárselas a los parientes cecanos de los visitantes, con el Twit de “He estado ahí”.  La obra maestra ha dejado de tener un precio económico para tener un precio mediático. A qué esperan las autoridades del MNAC para darse cuenta de que un museo es un centro de información digital donde la fisicalidad de la obra de arte se ha disuelto en favor de su apariencia digital, capaz de dar la vuelta a un museo, a una autonomía y a un país entero desde el punto de vista de la gestión de la cultura?

Los fondos del MNAC son maravillosos. Francesc Cambó, además, tuvo la sensibilidad de cubrir algunas de sus lagunas con algunos maestros del Quattrocento italiano. Pasearse por sus salas es un placer escondido y asequible sólo a unos pocos. Pero mientras, la obra de arte se ha transformado en evento de masas, en puente de comunicación y en pura reproductibilidad en Youtube, Facebook, Pinterest y Google Images. Es cierto que el valor físico todavía supera al valor reproductivo: no es lo mismo ver la Mona Lisa que tenerla impresa en una toalla con la que uno se seca las legañas matutinas. El valor de la obra maestra resiste y compite con lo sagrado: todavía funciona como “un sacramento más.”

Mientras nos hacemos estas reflexiones, nos preguntamos de dónde vamos a sacar los cientos de millones necesarios para comprar este tipo de obras en subastas internacionales. El ex-presidente en el exilio lo sabe:  que se vaya a su casa o a la cárcel a cuenta de cientos de miles de euros en abogados, guardaespaldas y dietas en Bruselas, que permitirían hacer Catalunya culturalmente más grande y, de paso, políticamente más relevante.