Estamos gobernados desde hace años por gente de provincias. Y esto no tiene por que ser intrínsecamente malo, pero es sin embargo un problema en momentos como los que estamos viviendo. El desconocimiento de lo que es Barcelona y el desdén que han mostrado desde hace años por nuestra ciudad los diferentes presidentes de la Generalitat hace que la situación de confinamiento que vivimos sea más insoportable todavía.

El problema de su absurdo e inoperante provincianismo no se circunscribe solo al hecho de que vivan una realidad paralela al abrigo de sus localidades cerradas y alejadas de la realidad de la capital catalana. No se circunscribe tampoco únicamente en su nacionalismo arcaico y pasado de moda. Su provincianismo se basa sobre todo en el desconocimiento o falta de interés por lo que ha sido, es, y debería seguir siendo nuestra ciudad. Sencillamente no la entienden. Y eso nos lleva a cuestionarnos algunas medidas que se están tomando para frenar esta pandemia en la que seguimos inmersos. 

Llevamos demasiados años aguantando el desdén con el que los diferentes presidentes de la Generalitat tratan a Barcelona. Una Barcelona que, digámoslo claro, es su piedra en el zapato. Una Barcelona que sigue siendo el dique de contención de sus pulsiones nacionalistas, y que ha tenido que soportar comentarios como los del expresidente Quim Torra que se atrevió a afirmar que Barcelona había abdicado de ser la capital de Cataluña sencillamente porque en su gran mayoría no compartimos los delirios separatistas. Delirios que todos sabemos son más comunes en localidades del interior de Cataluña. 

La falta de acierto ha sido un constante en los últimos meses. En Barcelona sufrimos en su momento un cierre del municipio totalmente absurdo. ¿A nadie se le ocurrió pensar por un momento lo que sucede cuando cierras a más de millón y medio de habitantes en 100 kilómetros cuadrados? Con una densidad de casi 16.000 vecinos por kilometro cuadrado y sin poder salir a localidades vecinas a pasar el sábado o el domingo, lo normal era que encontráramos playas abarrotadas y parques hasta la bandera. Y claro, la culpa era de los barceloneses, que ya se sabe, somos unos irresponsables. 

Ahora en otro destello de brillantez desde la Generalitat se ha decidido la vuelta al confinamiento comarcal. Se supone que las medidas que se plantean son para frenar al virus. ¿Alguien me puede explicar de qué modo ayuda el confinamiento comarcal a ese objetivo? Es decir, ahora nos podemos mover a L'Hospitalet que tiene una densidad de 20.000 habitantes por kilómetro cuadrado, Badalona que cuenta con 10.000 habitantes por kilómetro cuadrado, Santa Coloma con 16.700 y Sant Adrià del Besòs que tiene la suerte de contar con 9.500 habitantes por kilómetro cuadrado. Es una estupidez concentrar a tanta población en un mismo lugar sin permitir que en los momentos de ocio la población se disperse para no masificar las pocas zonas en las que podemos distraernos. 

Imagino que para la consellera de salud Alba Vergés, de Igualada, que tiene una densidad de cerca de 5.000 vecinos por metro cuadrado, el problema que conlleva el cierre comarcal  es un problema menor, pero para quienes vivimos en Barcelona es un problema grave. 

Uno ya no sabe si es por incompetencia o si lo hacen a propósito. Podría llegar a entender que quienes viven fuera de Barcelona y solo la pisan en coche oficial para ir a su oficina ignoren en cierto modo esta realidad y no hayan sido capaces de darse cuenta de que esta vuelta atrás perjudica gravemente a los ciudadanos de Barcelona, pero parece una hipótesis poco razonable teniendo en cuenta que desde el Ayuntamiento de Barcelona se ha repetido una y otra vez. Ada Colau y su socio Jaume Collboni llevan tiempo alertando de que el confinamiento comarcal es un problema, así que o no escuchan o lo hacen a propósito. Quizá necesitan una declaración en bloque de todo el consistorio. Quizá hay que ponerles contra las cuerdas forzando a que los mismos partidos que gobiernan la Generalitat se posicionen en el Ayuntamiento de Barcelona ante semejante estupidez.

Llega un momento en que debemos plantarnos y decir “ya está bien”. Ya basta de que desde la Generalitat se mantenga una deuda histórica insufrible para con Barcelona. Ya basta de que se tomen decisiones desde un prisma tan alejado de la realidad barcelonesa y que estas afecten de forma tan brutal a la capital catalana. Ya basta de que quienes nos vienen desde hace años con el cuento de que Madrid es el epicentro de todos los males que nos azotan no asuman la responsabilidad que tienen por su nefasta gestión. Barcelona no es Igualada ni Gerona. Deberían empezar a entenderlo. 

El separatismo se ha pasado tanto tiempo criticando a los partidos que consideran españoles por tener representación a nivel nacional que yo me pregunto: ¿Serán capaces los partidos que gobiernan la Generalitat pero tienen representación en Barcelona de plantarse ante tantos años de despropositos? Quizá deberíamos exigirles que se olviden de sus intereses en el resto del territorio catalán y empiecen a defender a la ciudad que teóricamente representan. Si no, tendremos que asumir que solo quieren a Barcelona para una cosa. Para utilizar sus recursos y ponerlos al servicio de ese nacionalismo provinciano que lo ha trastocado todo.