Hace tiempo que las declaraciones de la gente del fútbol profesional comenzaron a producirme reflujo gástrico. Unos 35 años, más o menos. Desde entonces, aunque durante casi todo ese tiempo me dediqué al periodismo deportivo y me especialicé en fútbol, me mantuve a una distancia prudencial de las meninges de jugadores, entrenadores, directivos y otros especímenes habitantes de ese biotopo. Muy pocos, casi ninguno, daba alimento alguno para mejorar el buen entendimiento ya no digo del mundo, ni siquiera del mero deporte al que decían dedicar su vida. Algunos, por falta de ideas propias o ajenas que verter. Otros, porque preferían refugiarse detrás del tópico, el lugar común, la frase vacía de significado a fuerza de repetida, el monosílabo atravesado a modo de bulldozer o el liso y llano silencio.

Claro que hay excepciones, y de vez en cuando aparecen brotes verdes en medio del páramo del pensamiento; tampoco quiero ser injusto y decir que todas las gentes del fútbol son encefalogramas planos cuando se trata de pensar y expresar lo que piensan. Es una opinión en términos generales y abrumadoramente mayoritarios.

Una de esas excepciones bien podría ser Gerard Piqué, un tipo que parece pensar lo que dice y decir lo que piensa, con independencia de modas o de la dirección en que sople el viento de su conveniencia. Lo que ocurre es que a veces lo que piensa Piqué es una memez, o se le parece mucho. Como cuando se le ha dado por decir que por no tener su campo en Barcelona el Espanyol es un club «cada vez más desarraigado» de la ciudad. «Es muy obvio que son de Cornellà y tienen un propietario chino», añadió este domingo, después de empatar el derbi.

El Espanyol está cada vez más desarraigado de Barcelona. No como el Barça, que desde los años de Joan Laporta como presidente se preocupó más por llevar su dinero a Swazilandia, a través de Unicef, en una campaña de imagen basada en la premisa de convertirse en més que un club al món. O por organizar giras por Asia o Norteamérica durante la pretemporada, como hasta este pasado verano, en vez de apostar por potenciar el turismo en el territorio catalán y, de paso, darle proyección al fútbol del país.

El Espanyol tiene un propietario chino, se ha vendido al oro extranjero, dice Piqué. No como el Barça, que presume desde hace años de ser una marca, que recibe la mayor parte de sus ingresos de multinacionales como la estadounidense Nike (a la que se encuentra atado de pies y manos por un contrato leonino) o la japonesa Rakuten. Un club tan barcelonés que hasta hace dos días abría las manos para embolsarse millones de euros procedentes del gobierno de Qatar, conocido mundialmente por su profundo sentimiento catalán y barcelonés, amén de su amor por los valores democráticos y los derechos humanos.

Lo vamos a dejar aquí, que siento otra vez los efectos de haberme vuelto a interesar por la opinión de un futbolista. Ya vuelve el reflujo...