Dice Manuel Valls que después de las vacaciones de verano decidirá si se presenta a la lucha por la alcaldía de Barcelona en representación de Ciudadanos, el partido cuyo líder no ve otra cosa que españoles, como el niño de El sexto sentido veía muertos. Recuerdo también que en la peli (ojo: spoiler) el que creía hablar con el niño para calmarlo de sus miedos también estaba muerto; no sé si se entiende el paralelismo.

Pero vamos a lo que vamos: Manuel Valls se deja querer por los ciudadanos españoles (los afiliados, quiero decir) para acudir a las próximas elecciones municipales barcelonesas. Hace tiempo que parece que da igual si los políticos saben o no de la materia para la que se postulan; en el caso del hispanofrancés Valls, no parece que su fuerte sea el know-how en relación con Barcelona, ciudad en la que nació y apenas poco más, ya que casi toda su vida ha transcurrido en Francia, como su entera carrera política, que alcanzó su cenit durante los dos años que ostentó el cargo de primer ministro, designado por François Hollande. Pero allí le tenemos, al bueno de Valls, abrazándose a Albert Rivera para ver si consigue pillar un poco de poder político en la Ciutat Comtal, ya que en Francia viene de capa caída.

De idéntica manera ya cambió de chaqueta cuando, siendo socialista (sic), hizo un notable giro a la derecha para abrazar a Emmanuel Macron y dejó colgados a sus viejos colegas; el viraje no le salió bien, de ahí que ahora esté mirando el horizonte barcelonés como salida posible ante una carrera política francesa en franco declive. No parece que Valls esté preocupado por el futuro bienestar de los barceloneses sino por el suyo propio, y no es difícil presuponerle un nivel de compromiso con esta aventura bastante cercano al nulo.

El aventurero Valls, tentado y jaleado por el no menos aventurero Rivera, con el simpático apoyo del Ibex 35, acaso menosprecie el escaso cariño que muchos barceloneses (y catalanes en general) profesan hacia lo venido de Francia, ojeriza que se remonta a las guerras napoleónicas y al mítico episodio del timbaler del Bruc. ¿Vamos a correr a votar a quien aterriza en la Plaça Sant Jaume vestido de paracaidista con promesas de una ciudad mejor para nosotros sus habitantes? ¿Cree que es suficiente su declarado espíritu unionista, que no ha dudado en manifestar en sus apariciones públicas en apoyo de las campañas de C’s, para convencer a los antiindependentistas barceloneses de que le den sus votos? ¿Espera que los otros candidatos, que ya se le han lanzado a la yugular, no echen mano de estos y parecidos argumentos para dejar su participación en la carrera electoral relegada al mero papel de figurante?

Después de la castaña que se pegó como primer ministro (cuando intentó hacer de estadista y acabó devorado y ensombrecido por Hollande) y más tarde en las primarias del Partido Socialista Francés en 2016, que pretendía ganar para presentarse como candidato a la presidencia de la república, ahora podría llegar para Manu un batacazo con una sonoridad más española: las castañuelas municipales. Rivera asiste estos días, como muerto viviente, a la actividad política española que encarnan Pedro Sánchez y su polémico equipo de gobierno. Valls podría seguir los pasos de su nuevo amigo y confesor, y pasar de ver muertos a ser él uno de ellos.