El FCBarcelona se prepara para un fin de curso incierto. Movido. Y, posiblemente, frustrante. El estado de ánimo de los barcelonistas dependerá, en gran medida, del Real Madrid, tanto en la Liga como en la Champions. Un doblete blanco tendría un impacto muy negativo en el Camp Nou, donde más de uno asegura, en un tono entre resignado y divertido, que Josep Maria Bartomeu es el mejor presidente para el Madrid. Menos gracia hace la inversión económica que deberá hacer la entidad para renovar a Messi y fichar a tres o cuatro futbolistas de nivel.

Desde que Bartomeu ganó las elecciones de 2015, curiosamente, el Madrid cotiza al alza. En fútbol y en baloncesto. En España y en Europa, donde el Barça cada vez pinta menos. En la capital hablan ya de un nuevo ciclo y alardean de que el equipo de Zidane es, ahora, el mejor del planeta. Un escenario antagónico al de hace siete años.

Sandro Rosell y Bartomeu heredaron, deportivamente, el mejor Barça de la historia. Un club hegemónico y respetado en todo el mundo. En fútbol era el modelo a seguir. Y en básquet ganó la Euroliga en 2010, poco antes de que Rosell sustituyera a Laporta como máximo responsable de la institución y presumiera de tener atado a Rudy Fernández. Hoy, la sección es una ruina, un cúmulo de despropósitos semejante al nuevo Palau, un pabellón peor diseñado que la plantilla de esta temporada para desesperación de algunos empleados.

El Barça ha perdido encanto futbolístico. Es un club sostenido por el equipo y, muy especialmente, por su estrella. Inmerso en varios procesos judiciales que debilitan la imagen de Bartomeu, el presidente delega en sus ejecutivos de confianza la toma de decisiones importantes. El poder de los directivos ha menguado, pero el palco del Camp Nou sigue siendo el mejor reclamo para empresarios y ejecutivos con afán de notoriedad. De los actuales dirigentes, posiblemente Dídac Lee es quien mayor rentabilidad ha sacado de su vinculación con el Barça.

El fútbol, no olvidemos, es el gran fenómeno de masas del siglo XXI. El espejo en el que se miran muchos jóvenes. Los directivos, del Barça o de cualquier club, aprovechan su proyección con fines personales / profesionales y deben gestionar muchos sentimientos y no menos dinero.

El nuevo Espai Barça, por ejemplo, está liderado por Jordi Moix, conocido en el ámbito económico por ser el gafe de las inmobiliarias (tuvo cargos de alta responsabilidad en las desaparecidas (Reyal Urbis, Metrovacesa, Layetana y Habitat). Él, todo un campeón del baile, entre otras distinciones menos amables, deberá gestionar los 600 millones de euros presupuestados de un ambicioso proyecto que, como mínimo, comenzará con dos años de retraso y con muchas dudas sobre su viabilidad económica. Con una deuda todavía muy pesada y sin un patrocinador que ponga su nombre al estadio, el nuevo Camp Nou va para largo. ¿Quién sabe si, entonces, Talus Real Estate ya habrá caído?