La prevista ampliación del aeropuerto del Prat que se ha traído de Madrid bajo el brazo el hirsuto vicepresidente de la Generalitat no cuenta con la aprobación de Ada Colau, preocupada por el destino de los patitos que ahora moran en La Ricarda, espacio de indudable valor ecológico con el que, al parecer, no sabemos qué hacer si optamos por alargar la pista del aeropuerto. Aparte de Colau y su fiel Janet Sanz, hay más de cien asociaciones ecologistas que se manifiestan en contra de la ampliación de marras: algunas aducen cuestiones razonables y otras, como el actual ayuntamiento de Barcelona, parecen más bien instaladas en ese no a todo, supuestamente progresista, que tanto se lleva últimamente en lo que uno ha dado en denominar NII (Nueva Izquierda Imbécil). En cualquier caso, la última palabra sobre el asunto la tendrá la Comunidad Europea, lo cual siempre es un alivio, ya que aquí, entre los que aspiran a lucrarse con la nueva pista (entre ellos, los propietarios de las tierras de la zona que en teoría hay que proteger desde un punto de vista ecológico, que ya atisban la manera de enriquecerse sin mostrar la más mínima preocupación por los bichos que en ella moran), los amigos de los patitos y los devotos del no a todo, podemos acabar enzarzados en una discusión interminable.

Dada mi deriva fatalista de los últimos tiempos (fomentada por todos mis gobernantes, de la alcaldesa de mi ciudad al presidente del gobierno, pasando por el gestor de la plaza de Sant Jaume), la verdad es que me da un poco lo mismo lo que acaben haciendo con el aeropuerto de Barcelona y con los patitos de la Ricarda. Si trato de adoptar una actitud responsable, eso sí, tendré que tomar partido por la ampliación del Prat, dado que, sobre el papel, parece contribuir al boato aéreo de la ciudad, a la conversión de nuestro aeropuerto en eso que llamamos hub (sin tener ni idea de qué significa esa expresión), a la creación de puestos de trabajo directos e indirectos y, en suma, a formar parte de la élite aeroportuaria, cosa que a la fuerza debe hacer felices a lazis y ciudadanos normales por igual (las escalas siempre han sido un coñazo, además de lesivas para la autoestima del sujeto que las padece, quien siente que vive en una ciudad de segunda categoría). En cuanto a los patitos….

A la espera de lo que diga Europa, todo parece indicar que habrá que recolocarlos. Ya sé que los ecologistas ni contemplan esa posibilidad, pero con los más de 80.000 empleos directos que se barajan con la ampliación del Prat, mucho me temo que los patitos se podrán considerar afortunados si no les retuercen el cuello los propietarios de las tierras circundantes. Aunque tal vez no muy sensible con la naturaleza, el pacto Estado – Generalitat es de una lógica aplastante: cuantos más viajeros pasen por el Prat, más dinerito entrará en las arcas españolas y catalanas. Un win win de verdad, no como los del Astut. Y en el caso del Ayuntamiento, yo creo que no te puedes pasar la vida quejándote de que tienes un aeropuerto de chichinabo para que, cuando se habla de ampliarlo, tu corazón se ponga a sangrar por los pobres patitos de la Ricarda. Como dice el refrán, no se puede hacer una tortilla sin romperle los huevos a alguien. O algo parecido.