La misma semana que Barcelona parecía una barbacoa nocturna a lo grande y salvaje, las concejalas Janet Sanz y Rosa Alarcón han sido denunciadas e imputadas por presuntos delitos de prevaricación, falsedad documental, malversación, tráfico de influencias, omisión de la obligación de perseguir delitos y obstrucción a la Justicia. Para disimular y combatir el hedor a carbonilla que impregna la ciudad y el olor a chamusquina de corruptelas y faltas de ética, el  equipo de inventar sandeces de Ada Colau ha lanzado otra cortina de humo. Ha consistido en la presentación publicitaria de un robot que arreglará la vida a las personas mayores que viven solas. Algo así como un aspiradora o una escoba eléctrica, pero con más prestaciones intelectuales.

Si el pasado mes de diciembre el consejo de Colau para alegrar la Navidad a la gente mayor y solitaria fue que adoptasen un gato, ahora se da un paso de gigante neo-tecnológico con un cachivache que recuerda la medicación, explica descuentos para viajar en metro, comenta el tiempo y puede avisar a servicios emergencias si la persona que lo usa sufre una caída o le da un achaque más allá de los propios de la edad. La operación de propaganda cuesta, de momento, un presupuesto añadido de 180.000 euros a los 13,5 millones que el Ayuntamiento promete invertir en proyectos de innovación social durante el próximo trienio. Por ahora, la máquina de compañía inhumana sólo se ha experimentado en tres domicilios y próximamente se ubicará en cincuenta más. Es otro enorme avance histórico si se calcula que en Barcelona sobreviven a solas unas 90.000 personas mayores de 65 años.

Acostumbradas a tratar a las personas de edades avanzadas como imbéciles de nacimiento, Colau y sus comadres han evolucionado del gato que come, descome, gasta y lo deja todo lleno de pelos, a un robot incapaz de cocinar las recetas de la abuela. Inventado en Lleida, ciudad mítica por descubrir y practicar la diferencia entre las pesetas y las puñetas, el robot se llama Ari. No es tan listo como Alexa y otras maquinarias semejantes, pero todo llegará, según sus fabricantes. En todo caso, Laura Pérez, concejala jefa de Derechos Sociales, Justicia Global, Feminismos y LGTBI prefiere gastar en máquinas que en personas que atiendan a la gente mayor y necesitada. Tampoco es raro si se recuerda que al robot de compañía no toca darle de alta en la Seguridad Social, como hacía su correligionario Pablo Echenique con aquel cuidador que le dejó con su ética al aire.

Aficionadas a adoctrinar a quien se ponga por delante, tenga la edad que tenga, Colau y sus comuneras optan por robots programados para no pensar. No sea que al abuelo se le crucen los cables y se ponga a lanzar trastos sobre los que queman su calle. O que la pornógrafa jefa de comunicación, Agueda Bañón, no tenga satisfyers relajantes para todas y todos. O que los policías se planten hasta que les refuercen con un Robocop. Cariñoso y represor, por supuesto.