Deseaba tanto que los galos aterrizaran en la ciudad para contagiarnos su savoir faire que nunca imaginé que a cinco meses de las elecciones municipales acabaría aplaudiendo la puesta en escena de ERC y no la de Manuel Valls. Pero así son las cosas y así se las debo describir. Porque ayer, Ernest Maragall consiguió reunir a unas 800 personas en la puesta de largo de su presentación como candidato a alcalde de Barcelona. La localización, y no tanto su presencia atropellada, ayudó y mucho. En el hall del campus de la Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra colocaron una gran tarima redonda (favorece el diálogo) amarilla como escenario. Ni el logo del partido, ni tampoco el apellido del aspirante. 

Hoy que las siglas de las formaciones independentistas están desgastadas por las guerras internas del movimiento secesionista; más vale proveerse del amarillo (la llibertat dels presos polítics es uno de los pocos reclamos que sigue uniendo a ERC y JxCat) que de cualquier otra marca corporativa propia. Es cierto que el logo de ERC lleva amarillo –aunque más bien sería un mostaza–, pero a nadie se le escapa tampoco que La Crida de Puigdemont también se vale del mismo color por las mismas razones: acoger a todo el electorado independentista, no sólo a los de casa.

Mientras casi todos los demás aspirantes pretenden resucitar y hacerse con el espíritu maragallista, su hermano (no sé si heredero ideológico pero sí sanguíneo) renuncia al apellido. Puede parecer una temeridad por su parte (bien, por su equipo de campaña); pero es una manera de potenciar su propia personalidad. No es el hermano de Pasqual Maragall, él es Ernest. Por otra parte, tomarse la confianza para referirse a un líder por su nombre de pila entraña cierta proximidad. Una informalidad pretendida no sólo para que se antoje más cercano al ciudadano de a pie, sino para que su edad no sea un obstáculo para las generaciones de votantes más jóvenes. No era Sanders, era Bernie. 

Pese a este intento por rejuvenecer a Maragall, en las primeras fotografías oficiales como candidato se da el efecto contrario. En ellas aparece Ernest con una camisa blanca y la americana echada a la espalda. Más que un gesto seductor de crooner de antaño, da a entender que se marcha. En el bolsillo de pecho guarda bolígrafos y las gafas que lo retratan como tecnócrata o viejo profesor. Y en la que se le entrevé la dentadura superior, no tanto por edad como por dejadez de la salud dental, ahí si le pesan considerablemente los años.