¿Qué pasaría si los más de 200.000 usuarios de motos barceloneses decidiéramos, el mismo día, movernos por la ciudad en coche particular? La pregunta es retórica, porque cualquiera sabe que ese cambio supondría el colapso de la circulación ciudadana. «Cualquiera sabe» significa que hasta un político del Ajuntament lo puede entender, a pesar de su condición y del poco tiempo que dedica a pensar en el bien común, porque es mucho el que emplea en buscar nuevas maneras de mantenerse en el cargo.

Anuncian desde diversos sectores que la Guàrdia Urbana tiene órdenes de comenzar a perseguir y multar a los motoristas que aparquen sus vehículos sobre las aceras, con independencia de que haya o no alguna plaza libre para dejar la moto en la calzada.

He leído en este mismo periódico que una de las soluciones que propone el Ajuntament consiste en que los aparcamientos subterráneos, sean públicos o privados, puedan incorporar más plazas de rotación para moteros. O sea, que más bien parece tratarse de un asunto de afán recaudatorio que de mejorar la circulación por Barcelona. De hecho, ya he visto un anuncio en la plaza Urquinaona en el que una empresa de aparcamientos de pago invita a los moteros a pasar por taquilla. Casualidad. O no.

Es verdad que hay muchas motos sobre algunas aceras, y no es menos cierto que en determinados barrios o zonas de la ciudad, donde las veredas son estrechas, queda obstaculizado el paso a pie. Y es verdad también que hay moteros que son capaces de aparcar su vehículo antes sobre una acera, frente al mismo portal al que se dirigen, que caminar a veces sólo quince o veinte pasos para dejar la moto en una plaza callejera. Pero, en general, el tránsito de moteros, automovilistas y peatones es fluido, no genera mayores altercados y se produce libre de conflictos.

Visto desde esta perspectiva, la de una convivencia sin mayores dificultades entre los distintos usuarios de la calle, el asunto se parece a lo que viene ocurriendo en cierto aspecto de la política española y su endiablada relación con la catalana: tiene la pinta de que están generando un problema ahí donde no existe. Afirmar que las motos aparcadas en las aceras de Barcelona suponen un problema ciudadano es tan osado —y tan exagerado— como decir que la convivencia en Catalunya se ha vuelto insostenible por las diferencias entre los partidarios de la independencia y quienes se oponen a ella. A eso se le llama generar un incendio donde no lo hay, para luego atizar el fuego a beneficio de quien se propone como bombero.

Queridos políticos del Ajuntament, dejad en paz las motos, no sea cosa que cada motero decida moverse en coche y entonces sí vais a ver lo que es un problema circulatorio de verdad.