Luis Soravilla ha retratado en este diario la desolación, abandono y decadencia del Parc de la Ciutadella. Su descripción de la riqueza arquitectónica, histórica y cultural que se está echando a perder es minuciosa. Como su relato de todo lo que ha ocurrido desde 1888 al que fue el parque más emblemático, bello y romántico de Barcelona, y admiración de los extranjeros que visitaron la ciudad durante su primera Exposición Universal. Todo eso era cuando la Ciudad de los Prodigios que noveló Eduardo Mendoza. Ahora, forma parte de la Ciudad de los Desperdicios que han conseguido Colau y su camarilla de indigentes culturales. Avergüenza que una joya arquitectónica como el Hivernacle caiga a pedazos y sea un peligro para vagabundos. Y causa náuseas que un consistorio autollamado progresista no haga nada por salvar la Ciutadella, sino que favorece su ruina.

Porque la Ciutadella representa todo aquello que las comuneras y su búnker del Desc detestan y desearían arrasar. Fue el fruto de derribar muros y ejemplo mundial de gran jardín bien diseñado que permitió practicar por primera vez el arte de pasear en Barcelona. Con su atmósfera de armonía, era también un núcleo de ciencia, cultura, arquitectura y arte abierto a la gente. Es decir, todo lo que el actual Ayuntamiento prometió y es incapaz de hacer. Además, es el testimonio de una ciudad que progresaba y se enriquecía, y de una burguesía que practicaba el mecenazgo. Aunque también de anarquistas que desertaron, se pasaron de bando, se enriquecieron y se reconvirtieron en vendedores de crecepelo,  especuladores y explotadores. Algo así como lo que pasa ahora entre algunos nuevos ricos de Galapagar y sus fans de Barcelona que venden humo pernicioso y falacias ideológicas.

El repaso a los monumentos de la Ciutadella que hace Soravilla demuestra el buen gusto, la elegancia, el clasicismo y un señorío que molestan profundamente a la costra de sectarios indocumentados que ahora mandan, estropean, ensucian y malgastan. Arquitectónicamente, destaca el edificio del Parlament, que esta misma tropa sitió y casi asaltó. Y como escultura de referencia, la Dama del Paraigües, icono y souvenir de Barcelona antes de que la sustituyese Copito de Nieve. Es una burguesa elegantemente vestida creada para la Exposición de 1888 que, cuestionada al principio, con los años la gente le cogió cariño.

Señorita romántica, aún se debate si la modelo era de Reus o de La Pobla de Segur. (Eterna inquina entre la Cataluña urbana y la rústica). Rodeada de decadencia, representa a la mujer burguesa de una ciudad de alma burguesa. Delito suficiente para que Colau y sus allegadas pequeñoburguesas, generalmente desaliñadas, la odien como a pijas, turistas, comerciantes y vehículos a motor. Pero ahora que le dan gotas de su jarabe despótico y totalitario, Ada y sus comadres dicen que sus críticos fomentan el odio. Porque ella es perfecta. Y si alguien lo duda e intenta reprobarla por su nueva aventura de furtiva rural insolidaria, la alcaldesa feminista lo evita escondiéndose tras los pantalones del patriarcal abuelo Tete Maragall.