¿Qué querían decir Ada Colau y Albert Batlle cuando aseguraron que la muerte de un joven en el Paral·lel la madrugada del domingo no estaba relacionada con los disturbios que se habían producido unos minutos antes a 200 metros del lugar del crimen?

¿Y cuándo añadieron que los incidentes fueron “muy concentrados”, nada que ver en ese sentido con los del año pasado, mientras que la alcaldesa subrayaba el descenso de los altercados respecto a 2021?

Todo lo que tiene que comentar el Ayuntamiento de Barcelona tras la Mercè pasa, al parecer, por minimizar --"normalizar", dice un sindicato de los mossos-- lo sucedido; es decir, por eludir sus responsabilidades. La Guardia Urbana, según el teniente de alcalde, estaba en la zona donde se asaltaron los comercios, pero no pudo evitarlo. O sea, que la cuestión no depende de la policía municipal, su negociado.

Probablemente, Batlle se refiere a que el problema es de la sociedad, como ha dicho el Síndic de Greuges municipal, no del ayuntamiento. Y que, por lo tanto, que nadie les pida cuentas.

Quizá habría que darles parte de razón si no se pusieran medallas cuando las cosas van bien y escurrieran el bulto cuando hay problemas. Lo lógico es que los ciudadanos esperen de ellos medidas para evitar o mitigar incidentes tan graves como los de estas fiestas. Si no saben cómo hacerlo, lo ético sería que tiraran la toalla y dejaran paso a otros.

Los comerciantes de Creu Coberta se quejan de su vulnerabilidad, de su impotencia, de que no es la primera vez que les saquean. El rechazo que genera esta situación entre los ciudadanos no se dirige solo hacia los jóvenes que actúan con la frialdad e impunidad que reflejan las imágenes que todo el mundo ha podido ver, sino hacia unos políticos incapaces de cumplir sus compromisos.

Cuando tratamos de entender por qué la extrema derecha ha ganado las elecciones en Italia quizá olvidamos algo elemental: la decepción que ha causado la izquierda. No es solo la inflación, el acceso a la vivienda o la limpieza de las ciudades. La actitud farisaica del buenismo y la aversión a todo lo que suena a orden o a una respuesta punitiva ante el incivismo provoca en la gente un sentimiento antipolítico que acaba transformándose en la alfombra roja por la que luego desfila el populismo de derechas más extremo.