Ada Colau cobrará 900 euros más al mes en su segundo mandato. Tal cual. La alcaldesa de Barcelona sumará dicho complemento al sueldo de 2.200 euros mensuales que percibía desde 2015, alegando una carga de trabajo que le resulta casi insoportable. Activistas hacen apenas un lustro, los comunes ya son adictos al poder y al dinero.

Pronto, muy pronto, se han olvidado de sus compromisos y sus promesas electorales. Hace cuatro años proclamaron, a bombo y platillo, que donarían una parte de su sueldo al fondo social del partido. Técnicamente, su compromiso se mantiene y hablan de un complemento, de una ayudita para compensar su dedicación a la ciudad. Colau y algunos concejales se quejan de que deben comer muchos días fuera de casa (en 2015 renunciaron a las dietas) y alquilar canguros para sus hijos, un problema habitual para el resto de los mortales.

Colau, la misma política que ha cambiado el metro por el coche oficial, que se pasea por Barcelona en un Rolls Royce la noche de Reyes, ha perdido el entusiasmo de sus primeros meses como alcaldesa. Su deseo de transformar la ciudad se diluye día tras día, más preocupada de mantener su status y de cambiar de hábitat político que de contentar a sus bases.

En plena caída de Podemos, Colau resiste. La líder de Barcelona en Comú no ganó las elecciones, pero desbancó a Maragall tras flirtear durante muchos meses con ERC. En juego había mucho dinero para su causa y las entidades afines. Por eso, la Colau actual es mucho más pragmática que la de 2015. Lidera un gobierno de coalición con el PSC sin haber cerrado todas las heridas que se abrieron en 2017.