La decisión del pleno municipal de retirar la medalla de oro de Barcelona al xenófobo Heribert Barrera ha indignado a algunos independentistas, entre los que hay un sector convencido de si alguien es de los suyos no puede ser malo ni de pensamiento ni de palabra ni de omisión. En el fondo, esa es la tesis de Oriol Junqueras quien repite cuando puede que él es buena persona, incapaz de maldad, aunque cualquiera que lo haya tratado sabe que, como poco, tiende a la prepotencia, tiene mal genio y es maleducado. Es de suponer que pese a ser católico practicante, no necesita confesarse porque no peca mortalmente: el desprecio a otros es sólo pecado venial. Bufonadas aparte, la decisión del plenario enlaza con otra polémica que se arrastra desde hace tiempo: ¿hay que mantener el reconocimiento social a aquellas personas que no se ajustan a los valores del presente? Un hecho más que problemático porque los valores del presente son muy diferentes de los del pasado, e incluso varían según los barrios.

Los muchachos de la CUP (gracias a cuyos votos gobierna en Cataluña la derecha del 3%) quieren quitar la estatua de Colón porque era colonialista; el mismo consistorio que revisó los viejos honores a Barrera aprobó también la retirada de otros honores al emérito huido, una vez conocidas sus andanzas económico-sexuales, y cambió el nombre de la calle Almirante Cervera (liberal del XIX, que es casi como decir que hoy sería socialdemócrata). Como ironiza Manuel Cruz en su último libro (Transeúnte de la política, Taurus) es comprensible que si uno es republicano mire con malos ojos a la monarquía, pero no se comprende entonces por qué, si también es laico, como ocurre con la mayorÍa del pleno barcelonés, se mantiene en la ciudad un callejero lleno de santos, santas y vírgenes más o menos milagreras. Debe de ser porque uno de esos milagros ha permitido que Jaume Asens recupere el pelo.

La Universidad de Edimburgo acaba de criticar a David Hume, el principal filósofo escocés de todos los tiempos, porque era esclavista. Pero cuando las colonias inglesas se independizaron y aprobaron una Constitución (la actual vigente en Estados Unidos) que empìeza con “Nosotros, el pueblo”, se cuidaron mucho de decir que ese “pueblo” no incluía a las mujeres, a los indígenas ni, por supuesto, a los esclavos. Algo que hubiera hechos las delicias de Heribert Barrera, que creía que los negros son tontos (incluso siendo catalanes). Y es que la historia fue como fue y más vale entenderla. Hasta el siglo XVIII ser esclavista era bastante normal. Lo raro era ser como Bartolomé de Las Casas y creer que incluso los indios tenían alma y eran iguales que los blancos.

Pero Barrera no es un personaje del XVIII, sino de hace cuatro días. Todos los del pleno lo conocieron o tuvieron oportunidad de conocerle. Y de comprobar su xenofobia. Y su capacidad de mentir. En una ocasión reclamó a un diario una rectificación de palabras que se le atribuían (perfectamente xenófobas) porque, aseguró, nunca las había pronunciado. El autor de la crónica, que conocía sus marrullerías, no tuvo problemas porque había grabado la intervención. Es decir, Barrera era racista, xenófobo, embustero y mala persona. Aunque nada de eso tenga importancia para quienes creen que ser partidario de la independencia es como el agua del bautismo, que borra todos los pecados anteriores.

Durante la transición se decía que, en realidad, era un agente de la CIA infiltrado como presunto antifranquista. Desde luego, enredó cuanto pudo contra la Asamblea de Cataluña y cuando tuvo oportunidad de optar entre la izquierda (PSC y PSUC) y la derecha (CDC) no lo dudó ni un instante y prefirió votar como presidente a Jordi Pujol antes que a Joan Raventós.

A defender su memoria han salido los subvencionados de casi siempre. Pero han destacado más los afines a Puigdemont que los viejos militantes de ERC, algunos de los cuales creían de verdad que estaban en un partido de izquierdas. Tampoco han salido en su defensa los ex militantes del extinto Partido del Trabajo de España, de filiación maoísta, cuya organización juvenil se denominaba Joven Guardia Roja. En un ataque de lucidez política el PTE acudió a las elecciones de 1977 en coalición con ERC. Consiguieron un escaño: el de Barrera.

Como se ve, Heribert Barrera se arrimaba siempre a gente con gran capacidad para el análisis político. Hoy es posible que sedujera a la CUP. Sus sucesores lo han hecho. Y es que cuando uno se tapa con una bandera, como ve poco, puede acoger a cualquiera que parezca ser de la misma banda o bandada o bandería.