A los españoles nos gusta el fútbol. Es una obviedad. Y a los barceloneses, por supuesto, también. Ayer noche pudimos verlo en el Astoria, donde Barcelona con la selección volvió a organizar una de las suyas. Una pantalla gigante y un aforo completo que, año tras año, nos evidencian lo que quedó claro en el partido que se jugó en el estadio del RCD Espanyol hace unos meses. Que en Barcelona la afición a la selección es sencillamente espectacular. Capaz de generar “ambientes únicos” tal como afirmó el entrenador Luis Enrique al ver cómo respondió la afición barcelonesa.

Es cierto que este mundial nos deja un sabor agridulce. El debate entorno a Qatar, sus métodos y su modelo político y social hace que muchos vivamos el mundial de forma diferente a hace unos años. Pero para un verdadero aficionado al fútbol y a la selección se hace muy difícil no darle apoyo por más que el debate esté más que servido.

De hecho, en lo personal, trato de entender esto como una ventana de oportunidad para cuestionar muchas cosas. Ventana de oportunidad que permite gestos como el que tuvo el primer teniente alcalde de la ciudad de Barcelona, Jaume Collboni, en el pasado pleno, en el que lució el brazalete de soporte al colectivo LGTBI prohibido en el mundial.

Dudo mucho que haya nadie en España conforme con los miles de muertos que, según nos cuentan, se han registrado en Qatar estos últimos meses. Quiero creer que no hay demasiados aficionados a la selección que den apoyo al régimen machista y opresor qatarí. De hecho, estoy convencido de que gracias a esta polémica son muchos quienes a día de hoy tienen criterio al respecto. Criterio que, en muchos casos, quizá no tenían por falta de información.

Porque señalar el debate es clave para poder después posicionarse. Iniciar el debate es fundamental para tomar parte. Y creo que eso ha sucedido y seguirá sucediendo mientras dure el mundial. Y nos ha dejado lecciones excepcionales, como la de la selección iraní que se negó a cantar el himno a modo de protesta por la represión que se sufre en el país. Eso es ser valiente y lo demás son tonterías.

Dicho esto, y entendiendo como tremendamente necesario no olvidar el enclave en el que se desarrollan los partidos, creo que toca centrarnos en un aspecto mucho más local. Y es que no podemos olvidar que el apoyo de Barcelona a la selección es enorme. Y no lo digo solo por el trabajazo que llevan a cabo mis amigos de Barcelona con la selección, sino porque todos hemos podido vivirlo en múltiples ocasiones. Porque esto no va sólo de pantallas gigantes (que también). Esto va de bares llenos, de hogares en los que el mundo se para y de celebraciones conjuntas. Imposible olvidar cómo la ciudad se llenó de banderas tras el gol de Iniesta. Imposible no recordar las caravanas de coches en la calle de Aragó, en Gran Via...o una plaza España a rebosar de gente vibrando con la selección.

Desgraciadamente el odio también tiene cabida en momentos como estos. Mis amigas Ruth y María Rosa, del equipo de Barcelona con la selección, han tenido que vivirlo en primera persona en dos ocasiones de forma muy directa. La primera vez hace unos años, cuando les agredieron por montar carpas de la asociación en la zona de Fabra y Puig, y la segunda hace tan sólo unos días cuando un energúmeno socio de la ANC volvió a agredirlas.

¡Con lo sencillo que es dejar que cada uno haga lo que considere! Qué terrible ver que todavía hay gente que piensa que puede violentar a quién considere por pensar diferente. Afortunadamente estoy convencido de que estos son minoría.

Ayer vivimos una jornada agridulce por el resultado pero completamente dulce por ver que, de nuevo, podemos afirmar que Barcelona está volcada con su selección.