Todo parece indicar que los barceloneses sufrimos un espejismo colectivo según el cual nuestra ciudad cada día está más sucia y es menos segura, pues creemos que se ha disparado la delincuencia callejera y que la guardia urbana y las brigadas de limpieza trabajan a medio gas. Es lo que se deduce de unas recientes declaraciones de Ada Colau, en las que la alcaldesa afirma que, de la suciedad, nada de nada, y del aumento de la delincuencia, aún menos, que aquí lo que pasa es que muchos hemos caído en manos de la derechona y de los enemigos del progreso y ya no sabemos qué inventar para amargarle la vida a la pobre, que se desvive por nosotros.

Ada tiene explicaciones para todo. Con respecto a la reciente aparición en la playa de la Mar Bella (en una zona acotada para minusválidos y personas con problemas de movilidad) de abundantes ratas muertas y un montón de jeringuillas (una de las cuales, por cierto, acabó clavada en el pie de un operario de la limpieza), afirma que todo es por culpa de las últimas lluvias torrenciales (que las víctimas del espejismo colectivo no hemos visto por ninguna parte, ¡así de manipulados estamos por las fuerzas de la reacción!), que, al parecer, detestan especialmente a los paralíticos y se dedican a amargarles la existencia a base de jeringas y ratas muertas (de las vivas, ya ni se habla, supongo que siguen frecuentando la plaza de Catalunya y alternando con los turistas). Ya puestos, se sobreentiende que la decadencia cultural, económica y de todo tipo que atraviesa la ciudad es también un invento de los eternos descontentos. Y que el hecho de que los alquileres de pisos en Barcelona sean los más caros de España (a cierta distancia de los de Madrid, San Sebastián, Bilbao y Palma de Mallorca) es un imponderable que hay que encajar con resignación a cambio de vivir en la mejor ciudad de Europa (según algunos diarios extranjeros no muy bien informados).

Fotografía de varios cadáveres de ratas muertas en una playa accesible de Barcelona / TWITTER

Fotografía de varios cadáveres de ratas muertas en una playa accesible de Barcelona / TWITTER

Reconocer que Barcelona está guarra y es cada día más peligrosa (hasta a mí me robaron el Rolex: menos mal que, afortunadamente, era más falso que un billete de tres euros y me consuelo pensando en la bronca que les echó el perista a mis chorizos cuando se le presentaron con semejante baratija) es algo que Ada y los suyos no harán nunca, pues si los ciudadanos somos víctimas de un espejismo reaccionario colectivo, ellos lo son de un espejismo selectivo supuestamente progresista según el cual nada de lo que hagan puede estar mal. Todas nuestras quejas le resultan muy molestas a Ada, que se ha pasado por el forro las reglas internas de su partido para optar por tercera vez a la alcaldía de Barcelona y, tal como está el patio entre muchos de mis conciudadanos, no es del todo descartable que se salga con la suya.

Estado de conservación del Baluard del Migdia de Barcelona / CEDIDA

Estado de conservación del Baluard del Migdia de Barcelona / CEDIDA

Cuando Manuel Valls la nombró alcaldesa, me apunté, como tantos otros, a la teoría del mal menor: lo fundamental era librarse del Tete Maragall, que convertiría el ayuntamiento barcelonés en un apósito de la Generalitat (como 8TV lo es a TV3). Pero empiezo a tener mis dudas. A fin de cuentas, y por mal que me caiga (que me cae), el Tete conoce a fondo la gestión municipal, no en vano entró en el consistorio en tiempos de Porcioles para solucionarse el futuro (él dice que pilló el momio para combatir al sistema desde dentro, pero eso no hay quien se lo trague). A mí me parece un viejo amargado, lazi tardío, al que le mueve un odio y un rencor tremendos hacia el PSC, partido en el que se tiró media vida a la sombra de su hermano brillante, Pasqual Maragall, pero dudo que fuera tan inepto y tan sobrado como Ada y sus huestes. ¿Significa eso que pienso votarle en las próximas elecciones? ¡Ni hablar! Lo único que digo es que algo más sabe que Ada sobre cómo funciona el ayuntamiento de una gran ciudad (o de una con aspiraciones a serlo, como la nuestra).

La displicente ineptitud de los comunes, unida a su voluntad mesiánica de salvarnos de nosotros mismos, alcanza, a medida que se acercan las elecciones, unas cotas muy notables de presunción y solipsismo. Según ellos, su gestión es irreprochable y aquí no hay suciedad ni delincuencia ni, prácticamente, ratas (muertas o vivas). Lo que hay es un espejismo colectivo que sufren un montón de resentidos como el que firma este artículo. En Barcelona, citando al maestro Pangloss de Voltaire, todo funciona a la perfección en el mejor de los mundos posibles. Palabra de Ada (o el ardor, más de estómago que del de Nabokov).