Aficionados uruguayos sufriendo con el partido de su selección / HUGO FERNÁNDEZ

Aficionados uruguayos sufriendo con el partido de su selección / HUGO FERNÁNDEZ

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Día negro para el equipo 'celeste' en el Mundial

La afición uruguaya de BCN marcha cabizbaja de los bares tras la derrota

6 julio, 2018 19:15

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Un partido en el que Uruguay se jugaba seguir adelante o volverse a casa y pese a su gran esfuerzo táctico, Francia, paciente, le ha enviado de vacaciones eliminándola del Mundial de Rusia. Una eliminatoria “con dignidad, señores”, comentaba un seguidor celeste sentado en una terraza de Barcelona.

Los uruguayos futboleros y los que se animan solo en los grandes campeonatos como es el Mundial, se reúnen entre otros bares, en el sótano de un bar griego de Barcelona, Diobar. El espacio, un tanto oscuro, pero bien ventilado se ofrecía a los uruguayos para ver el partido de su selección contra el rival galo. Tras los primeros 45 minutos, los uruguayos comentaban con la boca pequeña la primera parte mientras un par de ellos salían del local porque ya iban ‘calentitos’.

Uruguay, vamos, carajo” animaban los celestes desde sus mesas abarrotadas de hombres y mujeres. Unos más blancos, otros, más morenos, de tez caribeña, pero su acento les delataba.

Al primer tiro a puerta a su favor, la afición uruguaya de Barcelona se ha levantado de sus sillas y, algunos, hasta de las mesas, donde permanecían medio sentados en las esquinas. El culo, al lado de las bravas. Muy basto, pero a nadie le importa porque están ahí por su selección, la protagonista de la tarde.

Se secan el sudor a tragos de cerveza, pasando sus manos por la cabeza y frotando las banderas por la frente. Se rompe una copa y ni se inmutan. Al primer gol de Francia, cinco francesas sentadas casi en la puerta del local aplauden eufóricas frente a sus contrarios.

Los celestes tienen varias oportunidades de gol que no atinan: “¡Qué hizo! Chutó bien pero debía ser más arriba”, lamenta un joven vestido con la camiseta de Uruguay apoyado en el marco de la puerta. Dentro no cabía ni un alfiler.

A la falta de Suárez, la afición corea: “Celeste soy yo…”. Diobar dispone de un espacio con sofás rojos a los pies de algunos cuadros fantásticos y máscaras de lugares lejanos. Ahí se apalancan los que no pueden vivir sin hacer la siesta, que, al poco, despiertan y se unen a la masa celeste.

La afición uruguaya, aguantando como si una losa les pisara, se viene abajo con el segundo gol de Francia. “¡La concha de su madre!”, exclaman unos cuantos. “Ya pudimos meter alguno hace rato”, gritan otros señalando a la pantalla gigante; pero inmediatamente, empujan con un “¡Venga, vamos!”. Las banderas ondean al son del aire que gira de los ventiladores. “¡Celeste, soy yo…!”, se anima el público uruguayo hermanándose con las gradas del campo que enfoca la televisión. Los últimos minutos pesan y los aficionados más emotivos pican la mesa o golpean su sombra, la que se refleja en las columnas que les han sostenido los ánimos durante los noventa minutos que ha durado su derrota.