Pasará a la historia. Las imágenes de las protestas vividas este lunes quizá se diluyan en unos años, pero lo que quedará para siempre grabado en la memoria es ese otro momento. Uno más irracional y genuino: la peregrinación al Aeropuerto de Barcelona merecedora de aplauso. Las agallas de algunos son de admirar.

Pongámonos en contexto. Somos un grupo de amigos indignados con el fallo de la sentencia del Tribunal Supremo. Después de casi medio año centrando gran parte de nuestras conversaciones en el juicio del procés al fin toca reaccionar con coherencia. Convocados por la plataforma recién nacida –sí, Tsunami Democràtic–, salimos a la calle. Vamos a Sants, pero el plan se frustra. Luego, desde la cúpula, deciden que –como en Hong Kong– el escenario (internacional) de la protesta independentista será el Aeropuerto. Sin pensarlo dos veces, ¡allá vamos!

Mientras nos dirigimos xino xano cantando por la libertad y los presos, nos damos cuenta de que está todo colapsado. Las vías. Las carreteras. Ni el metro, ni el tren, ni el bus funcionan. En un momento de desesperación, una voz firme suelta una idea de bombero entre la multitud.

–¡Iremos caminando!

Es el típico amigo que a las 6 de la mañana –cuando cierran todos los bares– propone ir a la playa “para ver el amanecer” y, con el sol, ver también crecer nuestra borrachera de forma exponencial. Es el típico amigo entusiasta en el que todos confían porque tiene poder de convicción y convocatoria. Eso sí, sus ideas tienen un precio: no salen baratas.

–Son aproximadamente nueve kilómetros, en dos horas y media estamos ahí.

Risas y dudas. Aplausos. ¡Allá vamos! Entonces el grupo de amigos emprende la peregrinación al Aeropuerto. “Caminante son tus huellas el camino y nada más”, que decía Machado. Y apartando la maleza, esquivando vehículos, llenándose los zapatos de barro hasta arriba, logran ver –después de un considerable esfuerzo– la Catedral de Santiago. O los aviones despegando que, en esta metáfora, bien podría ser lo mismo.

Venga, ya queda poco. Sin descanso, atraviesan los campos de Castilla –o el áspero asfalto que rodea la Terminal 2– bajo un sol repentino y una humedad pegajosa. Sumarse, al final, ha valido la pena. Ahora están con el resto –con miles y miles de compañeros unidos por la causa– protestando con la concha de vieira –o lazo amarillo– en la solapa de la camiseta.

Después del jaleo, las cargas policiales y las escenas emotivas, se acerca el momento de regresar a casa. Y ellos, los protagonistas de nuestra historia, más que nadie, saben que “no hay camino”, sino que “se hace camino al andar”. Así, al día siguiente, habrá más aventuras, seguro. Porque el espíritu viajero (y el deportivo) se lleva dentro.