No puedes sacar dinero del banco: estás a cero, literalmente. Entran miembros del nuevo Estado a tu trabajo y te dicen que estás despedida. En la calle hay peleas, persecuciones, fuego, armas, muertos. La Constitución Española ya no existe y tu pasaporte ya no vale para nada porque estás casada con una persona de tu mismo sexo y eres basura. No puedes salir de la ciudad, estás atrapada. Eres fértil e interesas. Barcelona, desde este mismo momento, es la República de Gilead. Under his eye: sabes que tu vida acaba de cambiar para siempre.

El problema de la inseguridad deja de serlo. No hay más debates de tranvías por la Diagonal ni fuera de ella. En los supermercados hay cuatro cosas contadas –se acabó el alcohol– y solo se ve a mujeres vestidas de rojo comprando en silencio. No se invierte en mobiliario urbano porque de noche en la calle solo hay ahorcados y ojos que vigilan que nadie salga a hacer de las suyas. Tú, mientras, te portas bien en casa y una vez al mes dejas que te viole el jefe en un loco ritual para que la familia rica a la que sirves tenga un hijo. Y, luego… luego ya no vales para nada.

El sector audiovisual ha dado forma y ha puesto color a palabras de libros que ya tenían su propio recorrido. En este caso, el de Margaret Atwood, El cuento de la criadaThe Handmaid’s Tale–, una distopía brutal que pese a haber sido publicada en 1985 tiene la misma vigencia hoy. “Podría pasar”, retumba entre los espectadores enganchados a la serie de HBO.

Y, antes que este libro, hubo otros. El de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, en 1932; 1984, de George Orwell, en 1949; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, en 1953; o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, de 1982, que inspiró más adelante el filme de culto Blade Runner. Cada cual más agitador.

Las distopías son cada vez menos distopías porque dejan de ser imaginarias cuando los extremos son legitimados. En el caso de Black Mirror se ve claro. Por ejemplo, en el primer capítulo: un presidente es forzado a retransmitir una escena zoofílica con un cerdo para resolver un secuestro vinculado a la realeza. En las redes sociales se viraliza y la fuerza colectiva virtual toma el poder.

Ya no son bromas. En China, por ejemplo, ha entrado en funcionamiento el sistema de créditos sociales: otorga una puntuación a cada uno de sus ciudadanos en función de su comportamiento cívico, su estilo de vida, las páginas web que visita, lo que compra en internet o las multas que acumula. Así, en función de los puntos pueden hacer unas cosas u otras, pueden relacionarse con unos o con otros.

Si alguien es rebelde en China –con su gobierno comunista y este sistema abominable, tremendamente obsesivo, exigente y comparativo– ni podrá pedir un crédito, ni coger un avión, ni acceder a determinados empleos. El que se porta mal está atrapado. Under his eye: sabe que su vida acaba de cambiar para siempre. Aquí no estamos lejos del Gran Hermano extremista.

Miro por la ventana. Nada ha cambiado a simple vista.

“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”.