Dicen que Caravaggio, el pintor, paseaba un día por delante de una iglesia y le ofrecieron agua bendita. «¿Qué es esto?», preguntó. «¿Y por qué me la ofreces?» «Porque borra todos los pecados veniales, señor.» «Entonces no me sirve, pues todos mis pecados son mortales», respondió el pintor, que se alejó en busca de vinos, putas y jaleo, como era su costumbre.

Michelangelo Merisi, el llamado Caravaggio, era un hombre disoluto, sí, pero plenamente consciente de sus pecados, y eso es algo de lo que nosotros no podemos presumir. Digo «nosotros» y no me excluyo, es un «nosotros» genérico. Por ejemplo, cuando miramos a nuestro alrededor y contemplamos la política, somos incapaces de reconocer cuántas veces hemos metido la pata, y así nos va. Ahora parece que nuestro sistema político está en crisis, está «amenazado», si bien hay que preguntarse si alguna vez no lo estuvo, o si esta crisis es diferente de las demás. Quiten las comillas que he puesto antes, porque parece que esta vez la sombra que se cierne sobre nosotros es más oscura que de costumbre: un 40% de los europeos no cree que defender la democracia sea una cuestión prioritaria.

¿Qué pecados mortales habrá cometido la democracia liberal occidental para verse tan amenazada como ahora? La respuesta exige un inmediato, honesto y detallado examen de conciencia, una asunción de responsabilidades y actuar en consecuencia, de modo razonable y efectivo. Pero, la verdad sea dicha, la respuesta que vemos ante tantas amenazas produce el efecto de un corral alborotado ante la presencia de una raposa.

La democracia representativa y parlamentaria, el Estado de Derecho, la sociedad abierta y (ojo, muy importante) el Estado del Bienestar han sido, y son, el sólido cimiento de nuestras libertades y derechos, de nuestra prosperidad y nuestro futuro. Con todos sus defectos, miserias e imperfecciones (y no son pocas), el sistema ha ido evolucionando y asentándose, y ha demostrado en repetidas ocasiones que es más práctico y beneficioso que cualquier otro sistema asambleario, autoritario o sectario. No sean tan escépticos: gracias a él hemos progresado en lo social, lo económico y lo político, aunque los últimos años no hayan sido precisamente los mejores. Si no insistimos en defenderlo, en mejorarlo, si quieren, viviremos un retroceso en derechos y libertades que será mayor o menor, pero bien cierto.

El triunfo de movimientos populistas con dejes autoritarios, sectarios, nacionalistas o de cualquier otro tipo esencialmente contrarios a nuestra democracia liberal (liberal en el sentido antiguo, que conste) tiene muchas causas. Trump, el Brexit, Bolsonaro, Salvini, Le Pen y un largo etcétera no surgen espontáneamente de la nada, sino que se van introduciendo en las grietas de nuestro sistema, grietas debidas a un mantenimiento insuficiente. Allá se acumula la humedad de la corrupción y se pudre todo. El llamado «procés» y parte de la reacción en contra del mismo se mueven en la misma liga. Comparten la esencia de estos movimientos que pretenden dinamitar el Estado de Derecho, el Estado del Bienestar, la democracia parlamentaria y la sociedad abierta en que se asienta todo. Por lo tanto, no tenemos motivos para decir que eso no va con nosotros. Tenemos el peligro delante de nuestras narices.

No es este el momento ni el lugar, ni gozo de suficiente espacio o perspicacia, para adivinar por qué y cómo estos movimientos están atosigándonos con tanto éxito, o qué podríamos hacer para evitarlo, por el bien de todos. Pero quiero dejar en el aire una cuestión que lleva tiempo preocupándome.

Estos movimientos obtienen millones de votos y los analistas políticos intentan explicar el fenómeno buscando causas y razones que excusen el comportamiento de los votantes. Como si, en el fondo, éstos no fueran responsables de sus actos. Pero todos esos votantes han votado a un mamarracho que nunca ha ocultado lo que pretende hacer, y puede que alguno sea idiota, pero todos, no. ¿Qué habrá «empujado» a tantos votantes a ir contra nuestro sistema? ¿Qué puede hacerles abrazar un extraño fanatismo y negarse a pensar críticamente? La crisis, las redes sociales, la falta de respuesta de los partidos tradicionales... Lo de siempre. Pero ¿no será que esos millones de votantes están simplemente de acuerdo con las burradas que ese mamarracho defiende? ¿No será que millones de votantes no creen ya en nuestro sistema y prefieren un orden autoritario o sectario del que sí que se sienten parte? ¿Estoy diciendo que puede haber millones de votantes desquiciados? Sí, y creo que ése es el problema.

Hasta que no nos demos cuenta de esto, el agua bendita no nos servirá de nada.