Albert Batlle es un político de raza. Ha lidiado en muchas plazas con Miuras asomando en el horizonte. Y ha salido airoso. Batlle es un hombre poco dado a declaraciones altisonantes y se dedica a gestionar. El procés lo llevó a dejar el PSC acercándose a Artur Mas de la mano de Ferran Mascarell, pero su sobriedad y pragmatismo le llevó a saltarse de ese autobús desbocado del independentismo, recalando en Units per Avançar. Jaume Collboni lo recuperó, pensando más en el gestor que en el político. Con este perfil, es de agradecer sus declaraciones de estos días prometiendo trabajo y no “milagros”. 

Aunque ciertamente Barcelona necesita algún milagro. En seguridad, porque la situación no es fácil. Seguramente, la inseguridad ciudadana no es mayor que en París, Londres, Berlín o Roma, pero la percepción es muy negativa. Tirones, broncas en la calle, peleas envueltas en el celofán del narcotráfico, asedio a los turistas, carteristas que trabajan como corsarios al no ser amenazados por la reincidencia, los manteros campan a sus anchas y se permiten asaltar un coche patrulla para recuperar lo incautado con total impunidad, y atracos generalizados en viviendas. La dejación de los últimos años por parte del equipo de Ada Colau es la simiente de la cosecha que ahora se recoge en toda su acritud. 

Lo fácil hubiera sido emprenderla con la “herencia recibida”. Batlle lo ha obviado. No sólo porque Colau sigue siendo la alcaldesa, sino que ese no es el estilo del nuevo hombre fuerte de la seguridad. Se ha limitado a aparecer con propuestas en la Junta de Seguridad Local y a hacer los cambios oportunos en el organigrama con el objetivo de dar “confianza” a la plantilla policial que en estos años ha estado olvidada de la mano del poder municipal. Colau aceptó a Batlle como una enmienda a la totalidad a su gestión. Tiene razón la alcaldesa cuando se lamenta de la escasez de Mossos d’Esquadra en Barcelona, pero la pierde cuando se analiza su gestión en estos años basada en el repudio de aquellos que todos los días salen a la calle a garantizarnos ese derecho tan elemental como es la seguridad: la policía municipal. 

Ahora la guerra es cambiar la percepción, la sensación que tienen muchos barceloneses de que hemos ido a peor. Y la primera batalla es luchar contra la impunidad. La multirreincidencia es una lacra que hay que combatir. La segunda, el metro. El suburbano debe dejar de ser el terreno de juego de los que hacen el día a costa del prójimo, y, la tercera, el reino de los manteros debe pasar a mejor vida. Ciertamente, son víctimas de las mafias, pero no pueden utilizar su victimismo para campar a sus anchas. 

Batlle tiene que hacer muchas cosas de carácter técnico. No seré yo quién le dé instrucciones en este terreno, pero sí tiene que hacer un trabajo primordial: insuflar confianza. Recuperar la seguridad será un revulsivo a una ciudad que entró hace ocho años, ya en época de Xavier Trias, en un camino de decadencia. Ahora es la hora de recuperar la identidad y la marca Barcelona, favoreciendo la actividad económica, replanteando el modelo turístico repudiando los ataques, y actuando contra ellos, de los que se piensan que la calle es un bien de su propiedad, y haciendo de Barcelona una ciudad agradable para vivir, trabajar convivir. Y Batlle en este punto es una pieza fundamental. Él nos dice que no esperemos milagros, pero el propio Batlle puede ser el milagro que necesita Barcelona.