En 1975, Mercedes Salisachs ganó el Premio Planeta con La gangrena. Es una historia de una Barcelona que influye en los personajes, sobre todo, en el protagonista Carlos Hondero. De la nada se convirtió en un hombre rico y poderoso con una vida compleja llena de ambición desmedida y vanidad sin fin, mezclada con sus humillaciones y frustraciones. Lo leí muy joven y me impresionó.

En 2024, la gangrena sigue viva. La protagonista se llama Ada Colau. Pasó de la nada a ser la todopoderosa alcaldesa liderando un partido complejo, llena de ambición desmedida y vanidad sin fin, mezclada con humillaciones y frustraciones. Lo he vivido de mayor y no me impresiona, me produce rechazo. Colau juró y perjuró que no se dedicaría a la política, y se dedicó. Juró y perjuró que para dignificarla solo se presentaría en dos legislaturas, y nos engañó. Se presentó una tercera, la actual, y le viene grande y está desubicada. 

Durante años sus ansias de protagonismo fueron desmedidas. Quería ser siempre la novia en la boda, el bebé en el bautizo y el muerto en el entierro. En 2023 la historia se truncó. Ya no era la protagonista que lloraba cuando los vecinos la chillaban o insultaban. Ya no era nadie. No es nadie. Pero hay algo que la supera: quiere hacerse notar. No tiene el poder, porque los ciudadanos no se lo dieron, pero no lo olvida.

Hizo campaña pidiendo acuerdos de izquierdas y de un plumazo se ha cargado los presupuestos de Catalunya, los de España y los de Barcelona, aunque estos últimos saldrán adelante. En Catalunya se han ido por el retrete 3.800 millones que iban destinados a colectivos necesitados de una alegría inversora como educación, seguridad, sanidad, energías renovables, infraestructuras y un largo etcétera. Los de España caen por carambola y dejan al gobierno de izquierdas a los pies de los caballos. Y los de Barcelona saldrán porque el alcalde superará la moción de confianza pero Collboni tendrá que lidiar una situación compleja porque es culpable. Culpable de no darle sillas a Colau y sus comunes. De paso, la muy izquierdista Colau deja a Yolanda Díaz como una “titella”. Claro que Díaz es culpable de no hacerla ministra ni de designarla cabeza de lista de las europeas, toda una humillación. 

Colau, la vanidosa Colau, se erige en la esencia de la izquierda y ha provocado un tsunami en una izquierda necesitada de manos capaces de arrimar el hombro y no de egos con aspiraciones mesiánicas. Ella que clamaba por gobiernos estables ha hecho caer con excusas de mal pagador al Govern, ha debilitado al Gobierno y por sus veleidades ha pretendido dejar a los barceloneses sin 700 millones de inversión. Eso sí, dejando claro que lo suyo son las sillas, el poder, porque críticas políticas a los presupuestos “cap ni una”. Han brillado por su ausencia.

Los divos cuando dejan de ser divos entran en barrena. Que se lo digan a algunos que aspiraban a asaltar los cielos y han acabado abriendo un bar en Lavapiés. Eso sí, con aspiraciones, es lo que tienen los egos, de ahí el nombre de Garibaldi. Un revolucionario, demócrata y republicano, pero poco marxista. Lo único rojo era la camisa que lucían los suyos. Colau sigue esa estela. No se ha dado cuenta que ya no es lo que era y que no es la solución. Es el problema.

Los comunes afrontan ahora unas elecciones, las autonómicas nunca han sido su terreno de juego propicio, con una líder que por sus aspiraciones ha hecho jaque a la izquierda y sus aliados. En 1999, Iniciativa per Catalunya también se puso estupenda y se quedó con tres diputados en el Parlament. Quizá es su objetivo y el escenario de una nueva gangrena.