El discurso imperante, por parte de economistas avezados, los que se consideran libres desde el punto de vista ideológico, aunque sus posiciones son muy ideológicas, es que el mundo es y será de las grandes ciudades. El presente y el futuro será de enormes urbes, otras no tan grandes, que están interconectadas y que dinamizarán sus áreas regionales de influencia. En ese ecosistema han luchado en los últimos decenios Madrid y Barcelona, para participar en una fiesta en la que se incluye a Nueva York, Seúl, Los Ángeles, San Francisco, París, Londres, Milán, Honk Kong, Pekín o Melbourne. Hay más ciudades, en China, en Europa y en Sudamérica. Todas ellas serán el mundo, en perjuicio de los países de los que forman parte.

Habrá zonas de dinamismo económico, en torno de esas ciudades. Y el resto del territorio de las naciones se irá empobreciendo y deteriorando. En España, se ha producido un hecho especial, y es que han competido dos ciudades, mientras que en la mayoría de estados han sido las capitales políticas o económicas las únicas en esa liga. Sea París, respecto a Francia, o Londres, en relación al Reino Unido. El proceso independentista ha sido analizado desde esa perspectiva. Si la pugna se había decantado claramente a favor de Madrid, la pérdida de peso de Barcelona, en ese proceso globalizador, llevó a una reacción que se tradujo en el movimiento independentista, gracias a una curiosa relación entre clases medias y altas barcelonesas con los perdedores de la globalización en la Cataluña rural.

Esa idea está recogida por académicos como Jacint Jordana, y ahora por Esteban Hernández, en un libro importante, El rencor de clase media alta y el fin de una era ( Akal). Recogiendo a Ortega y Gasset, con su España invertebrada, Hernández señala que esa competición ha ido en detrimento del conjunto del territorio español. Ahora se intenta compensar, o paliar, con medidas tomadas por el Ejecutivo central, con la decisión de situar la sede de la Agencia Espacial Española en Sevilla, y la sede de la Agencia Española de Supervisión de Inteligencia Artificial en A Coruña, que pretendía Barcelona.

El daño, sin embargo, ya está hecho, porque son muchos años de concentración de capital y talento en dos grandes urbes, y, principalmente, en Madrid. En lugar de liderar para tirar del conjunto, las grandes ciudades mundiales han ido a la suya, con el afán de situarse en primera posición. Claro que la primera responsabilidad atañe a Madrid. Dice Hernández: “Cuando una sociedad se consume víctima del particularismo es porque el primero que se ha hecho particularista ha sido su centro”.

En el caso de Barcelona, que ha ido perdiendo empuje, o que ha visto que Madrid disponía de otros instrumentos, más potentes –en parte por la ayuda de la administración central--, se ha reaccionado con más voluntad que acierto, buscando la salvación o en el ensimismamiento o en la conexión internacional: Copa América de Vela, Feria Audiovisual o Congreso de Arquitectura.

La cuestión es que no ha habido la colaboración necesaria para rearmar un país, que, en el caso de una parte importante de catalanes, no se considera propio. Respecto a Madrid, es al revés: la propia ciudad –con la comunidad autónoma—se considera un país en sí mismo, y, por tanto, se liberaliza todo para atraer el capital internacional, venga de donde venga, al precio de que el barrio de Salamana se considere ya la pequeña Bogotá, o la pequeña Caracas, en función del lugar exacto de la gran almendra madrileña.

Es un fenómeno mundial, no exclusivo de las dos grandes ciudades españolas. El país, el territorio que las une, es el que pierde. “Se rompieron los vínculos tradicionales ligados al Estado-nación y surgieron otros nuevos, definidos por dinámicas puramente utilitarias. La España vacía es una consecuencia más de esa tendencia, con el declive de las ciudades intermedias y pequeñas como principal problema”, indica Esteban Hernández.

¿Da igual? ¿Es el signo de los tiempos al que nos debemos resignar? Las ciudades, aunque lo pretendan –las que se ven capaces—no pueden conducirse solas. Porque, ¿quién las alimenta, cómo funciona la necesaria logística que las hace funcionar? Por eso es necesario que todos los discursos realistas sobre Barcelona, en este caso, de cara a las elecciones municipales del mes de mayo, incluyan una serie de referencias. Lo apuntó recientemente Jaume Collboni. Pero el acento debería ser mayor: Barcelona es la capital de Cataluña, pero es principalmente la segunda ciudad española y por ello debe aspirar a la cocapitalidad real del país. Y es, sin duda, la gran ciudad de referencia del sur de Europa. Pertenece a una red de intereses nacionales y supranacionales que la condiciona en dos direcciones: la de aportar para el conjunto y la de pedir a ese conjunto un mayor reconocimiento.

Pero Barcelona, y tampoco Madrid, pueden caminar solas. Como no lo podrá hacer París, ni Londres, aunque se crean grandes urbes mundiales.