Hace nada, los comunes —por Catalunya en Comú— se presentaron a unas elecciones autonómicas y quedaron quintos, perdiendo votos y escaños por el camino. En Barcelona, el partido más votado fue Ciudadanos, que ganó en seis de los diez distritos de la ciudad y casi se llevó el 24% de los votos; el segundo, ERC, que sacó más del 20%. Los comunes tuvieron que conformarse con poco más del 9% de los votos y la quinta posición.

A un año y pico de las elecciones municipales, suenan todas las alarmas en el cuartel general de los comunes. En la dirección de Podemos, el señor Iglesias confiesa que quizá nos equivocamos en Catalunya. En Barcelona nadie se atreve a decir en voz alta que la pluralidad, la equidistancia y la transversalidad del partido están pasando factura, porque una cosa es la palabra en un diccionario y otra, en la calle.

La pluralidad, equidistancia y transversalidad de los comunes es, en la práctica, algo caótico. Diversas agrupaciones comunes andan a la greña entre sí y discuten con feroz frenesí de sutilezas que escapan al entendimiento del votante medio. El discurso resultante está lleno de palabras, pero vacío de contenidos; no es más que un juego de equilibrios que pretende satisfacer a todos y no satisface a nadie, y que cambia como el tiempo, empeorando las cosas. No hay plan estratégico ni acuerdo de gobierno que aguante semejante lío.

Pero suenan las alarmas, decía, y corre la voz: hay que hacer algo chachi, si no queremos perder Barcelona. Y lo chachi, en el ideario de los comunes, es votar. Se han instalado en una máxima que dice que cuanto más votes, mejor y más demócrata eres y ¿qué mejor que organizar consultas? ¿No es ese el deporte nacional? Pues, vamos. Pero, ojo, una democracia plebiscitaria no tiene por qué ser ni mejor ni más justa. Les pondré un ejemplo.

Suiza tendría que ser muy chachi, porque los suizos promueven consultas hasta para cruzar la calle, pero pregunten ustedes a las mujeres suizas. En una de estas consultas, en 1959, les negaron el derecho al voto. Volvieron a intentarlo en 1971 y esta vez lo consiguieron. Pero en el cantón de Appenzell-Ródano, no. El voto femenino en toda Suiza tuvo que imponerse finalmente por la fuerza de la policía y los tribunales, en 1991. Sin consultas, por la fuerza.

¡Qué nos van a enseñar de democracia los suizos! Maldita la diferencia. En España, se concedió el voto a las mujeres en 1931. Se discutió en las Cortes, se aprobó y sanseacabó, haciendo política como Dios manda. A ver si Harry Lime tendrá razón y quinientos años de paz y democracia en Suiza sólo dieron como resultado el reloj de cuco.

Pero nos da por ser suizos. Si no pudimos organizar los Juegos Olímpicos de Invierno, al menos convocaremos consultas. Si se cumplen los trámites pertinentes, el Ayuntamiento de Barcelona nos obsequiará este año no con una, sino con tres consultas populares, el particular reloj de cuco de los comunes. Si el gobierno municipal hiciera lo que prometió hacer en su día, no serían necesarias. Por lo tanto, son un aparato de propaganda, no más. Veámoslo.

Antonio López y López, como su propio nombre indica, fue un insigne representante de la burguesía barcelonesa y en su currículum dice que fue comerciante, banquero, filántropo y primer marqués de Comillas. Como Barcelona es buena si la bolsa suena, se honra su memoria con una plaza y una estatua. La cuestión es que don Antonio fue un negrero. El muy canalla traficaba con esclavos y lo que hizo con ellos no tiene nombre, y no fue el único entre los padres de la patria que hizo tal cosa. ¿Es necesaria una consulta para suprimir su nombre del nomenclátor municipal? Me da que no, pero ahí tienen la consulta. Es chachi.

Bien que le quitaron a Juan Carlos I la plaza, para llamarla Cinc d’Oros. También cambiarán el nombre a la avenida Príncep d’Astúries para llamarla Riera de Cassoles, sin consulta mediante. Lo de cambiar es empezar y no acabar, uno le pilla el gusto. Candidatos no faltan: caudillos militares que provocaron horrendas matanzas, doctores que promovían la eugenesia, eclesiásticos misóginos o pedófilos y traidores a la causa que ustedes prefieran los hay a porrillo en nuestras calles. Si echamos del nomenclátor a uno por cazar elefantes, no vamos a echar a otro por matar a miles de personas, digo yo.

Pero ¿por qué no se negocia un gran acuerdo entre todos los grupos políticos del consistorio barcelonés para fijar un criterio sobre el nombre de calles y plazas? Porque es evidente la manifiesta incapacidad de negociar de la que hacen gala unos y otros. Reconozcámoslo: el ambiente político está emponzoñado por cuestiones identitarias y no se presta atención al bienestar general. Todos caen en la trampa.

Esta triste realidad se refleja en otra de las consultas, la que tiene más enjundia. La pregunta sería: ¿Quiere usted que la gestión del agua en Barcelona sea pública y con participación ciudadana?

Pues, de entrada, no sabría decirle, joven. Podría responder a la pregunta si antes me responden a otra, muy simple: ¿Cómo? Porque es muy fácil de decir lo que se dice, pero del dicho al hecho hay un largo trecho y nadie nos dice nada del camino, del cómo se hará, del cuándo se hará, de quién lo gestionará, con qué medios y cuánto me va a costar a mí cada vez que me llegue el recibo del agua, que es a donde vamos, a fin de cuentas.

Más pienso, más preguntas me vienen a la cabeza. Nadie responde. Lo que parece una pregunta simple es en verdad una cuestión endemoniadamente compleja. No veo un plan estratégico detrás, no conozco las cifras ni las opiniones de los técnicos. El debate público es de un simplismo apabullante, pero el resultado de la consulta será políticamente significativo (sic). Dicho de otra manera, ¿te atreverás a llevarme la contraria si defiendo lo que defiende el pueblo? Sin un plan estratégico pactado, bien definido y técnicamente sólido detrás, éste sería el único argumento de los comunes, el de una consulta con un bajo índice de participación. Será chachi, pero así no se puede gobernar en serio.

La tercera consulta es para llevarse las manos a la cabeza. ¿Está de acuerdo con que el ayuntamiento adquiera la parcela de Ronda de Sant Pau, 46, con el objetivo de contrarrestar la expulsión de vecinos mediante un proyecto piloto con la construcción de 50 viviendas públicas e inclusivas, y garantizar la continuidad de la acción solidaria y comunitaria del proyecto Gimnàs Social Sant Pau? En resumen, los vecinos le piden al gobierno municipal que ponga manos a la obra de una vez y mande construir vivienda pública en el barrio, ahora que hay un solar, y no maree la perdiz. Tal cual.

El porqué de esta llamada de atención es un palabro llamado gentrificación. En cristiano, los habitantes de un barrio sufren la presión de las inmobiliarias para que abandonen sus hogares y éstos puedan ocuparlos gente más acomodada, capaz de pagar alquileres más altos. Está sucediendo delante de nuestras narices, en el Raval, en el Poble Sec, en Sant Antoni, y lo justo sería preguntar qué ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona para evitarlo. Algo habrá hecho, ¿no? El problema no cede y las excusas son confusas. Mal asunto, porque la señora Colau está donde está después de haber hecho bandera de poner remedio a este mal. Entonces uno se pregunta si esa parcela en la Ronda de Sant Pau no podría dedicarse, de oficio, a vivienda social. Esa u otra, sin tener que pedirlo, sin consulta, que no hace falta.

De nuevo tropezamos con una falta de competencia, habilidad o liderazgo capaz de proponer un gran pacto político en contra de la gentrificación, con medidas concretas y efectivas. En este asunto, como en tantos otros, algo no funciona. Qué pena.

Leo que el Ayuntamiento de Barcelona nos honra con un importante incremento de los recursos dedicados a políticas sociales. Bravo, muy bien. Lo aplaudo. Que siga así. Pero acto seguido me preocupa el rumbo errático, a caballo de la improvisación y espoleado por cierta incompetencia, que se respira en el Ayuntamiento de Barcelona. ¿Afectará a su política social? Me consta que no soy el único que se hace esta pregunta. Doy por supuesto que la acción del actual gobierno municipal enerva a las derechas, que para eso están, pero desde la izquierdas se contempla el espectáculo de su trabajo con una mezcla de sentimientos. La irrupción de Colau en el Ayuntamiento de Barcelona trajo una esperanza, pero ¿no está tejiendo una desilusión? Un fracaso, incluso, que no se arregla con consultas. La política chachi es lo que tiene, es el recurso de la nada.