Supongo que más de una vez se habrán preguntado por qué estamos como estamos. Como dijo un gran sabio, el mundo se rige por el azar y la estupidez y, como otro sabio señaló después, el estúpido es quien hace daño a los demás sin obtener nada para sí mismo. Estamos como estamos debido, en parte, a la mala suerte, eso no se puede negar, pero también por tantas estupideces y tropelías cometidas en el pasado.

La Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales ha presentado este miércoles su informe sobre la evolución de los presupuestos autonómicos en sanidad, educación y servicios sociales. Elaborado con datos oficiales del Ministerio de Hacienda que cubren todo 2019, nos dice no sólo que estos presupuestos han sido más bajos que los de 2009, antes de los tristemente famosos recortes, sino que han sido más bajos incluso que los de 2018. Lo peor de todo, en lo que a nosotros se refiere, que vivimos en Barcelona y alrededores, es que la Comunidad Autónoma con menor gasto en sanidad, educación y servicios sociales es Cataluña, con 2.200 euros per cápita, contra los 2.500 euros de la media española. Es la comunidad que más ha recortado en los últimos diez años: gastó en 2019 un 27% menos en sanidad pública que en 2009, o un 12% menos en educación. Recuerden qué ocurre ahora con la epidemia en los centros de asistencia primaria, en los hospitales y en los colegios, pero podríamos extender la lista de desgracias, porque en el presupuesto dedicado a políticas sociales (sanidad, educación y servicios sociales públicos), Cataluña gastó un 19,6% menos en 2019 que en 2009, y con esto se dice casi todo.

He aquí las causas, he aquí los efectos. Juzguen ustedes.

Mientras todo esto se ha cocido y se cuece a un lado de la plaza de Sant Jaume y en el parque de la Ciutadella, en el Ayuntamiento tienen sus más y sus menos con las calzadas de colorines. Es un tema que trae mucha cola y mueve pasiones aquí o allá. Pero me gustaría que moviera un poco más de sentido común, la verdad les digo.

Más pronto que tarde, tendremos que pensar en qué hacer con el automóvil en Barcelona. Quien dice Barcelona, dice el área de influencia metropolitana, que llega bastante lejos. No puede ser que la gente necesite el automóvil para ir a trabajar. No puede ser que el índice de ocupación de superficie de la ciudad se lo coma el vehículo privado. Tenemos que luchar contra la polución atmosférica y contra el cambio climático. Etcétera.

Mande quien mande, la cuestión seguirá encima de la mesa y tendrá que resolverse. Hablo de planes regionales de movilidad, de integración de medios, de infraestructuras, de cooperación entre instituciones y de amplios acuerdos estratégicos entre instituciones públicas y privadas, y entre las fuerzas políticas tanto del gobierno como de la oposición. Además, con la vista puesta en el futuro: vehículos autónomos, digitalización, electrificación y lo que no sabemos todavía.

Pero aquí nos encanta discutir no ya de eso, sino del color de las calzadas o de la «andrómina» que de poco nos deja sin la señora Rahola. Lo último, la denuncia contra esos bloques de cemento que si están o no están en la calzada.

Eso es como hablar de fútbol cuando el país está patas arriba. Lo que de verdad me preocupa es saber si estas actuaciones siguen un plan o son una mera improvisación. Si son «cosas de la Colau» en plan guay o son parte de un plan concebido con inteligencia, que nos podrá luego gustar más o menos. Si existe tal plan, no lo conozco. Vamos a ser buenos: quizá porque no lo han dado a conocer lo suficiente. Si no existe y vamos sobre la marcha, a ver qué pasa, ¿tendrá continuidad? ¿Será beneficioso o contraproducente? ¿Dependerá del capricho de quien mande o de algo con más enjundia? Lo pregunto porque no lo sé.

Si esto ocurre con las aceras de colorines, ¿qué no ocurrirá con todo lo demás? Entonces vuelvo a las cifras del principio y me pregunto si alguien no pensó alguna vez que las felices ideas pueden tener consecuencias trágicas.