La ciudad cosmopolita que conocimos durante años es solo un recuerdo. Barcelona languidece sin que nadie ose poner pie en pared para detener una caída en picado. El covid19 ha sido el agravante, quizás el acelerador, pero no es la causa de fondo. Barcelona necesita ahora más que nunca algo como aquel Barcelona posa’t guapa para barrer el tono grisáceo que la aprisiona.

Los independentistas van a lo suyo. No parece que sus aportaciones vayan mucho más allá que conseguir que Barcelona, la capital de Cataluña, sea también la capital de la secesión. De cómo debe ser esa ciudad las propuestas se hacen esperar. Ciudadanos y Valls ya tienen bastante con lo suyo. El ex primer ministro francés sigue deshojando la margarita sobre su futuro político y las elecciones catalanas son el primer round. Puede acercarse a un nuevo Ciudadanos dirigido por Arrimadas que comulga mucho más con sus planteamientos y buscar algún tipo de fórmula electoral, o mantener su posición y dar el paso. Ciudadanos, por su parte, busca desesperadamente un líder para las autonómicas, pero también para el consistorio. El PP pinta poco, está desdibujado con un Bou que salvó los muebles al partido en las municipales, pero que se ha revelado un lastre de grandes dimensiones.

En el equipo de gobierno las cosas no van mejor. Los socialistas están haciendo por gobernar, aunque no les luce. Intentar contraponer gestión en sus áreas, la eficiencia, frente al desgobierno de los comunes, con el objetivo de erosionarlos. Algo así como esperar que caigan como fruta madura. Se impone la tesis de que el PSC así logrará dar el sorpaso a Colau en los próximos comicios. Ahora, no hay gobierno alternativo y éste debe aguantar, hasta que sea el momento de dar un puñetazo sobre la mesa. Mientras tanto, que sean el blanco de críticas los socios. No es mala estrategia y, ciertamente, han conseguido parte de este objetivo. El problema es que este juego estratégico va contra la propia ciudad.

En este periodo hemos tenido ejemplos de qué hacen y qué son los comunes. Janet Sanz, con su guerra contra el coche y su apuesta por no “reactivar” el sector; Jordi Martí organizando conciertos que regaban las cuentas de Jaume Roures, y Eloi Badia que tras repetidos fracasos en su gestión ha puesto la guinda con la empresa municipal Cementerios que ha presentado unos números, que en la empresa privada hubieran acabado con sus huesos en la calle. Barcelona ha perdido Nissan, mientras que el gobierno municipal está en plena guerra contra el coche. Una guerra que será un monumental atasco diario y, en consecuencia, más polución. Todos siguen en sus puestos de concejal. Son los enterradores de la ciudad y tienen una actividad frenética. Al frente, la alcaldesa Colau. Muy dada a fotos y entrevistas, pero poco aplicada en pensar en Barcelona.

Seremos una ciudad sin coches, sin turistas y en guerra constante contra sus comerciantes. En estos días, muchos bares han abierto sus puertas. Ponen en las terrazas toda su esperanza para empezar la actividad y recuperarse. Para eso, tramitan las licencias ante el ayuntamiento. La respuesta tarda en llegar. La Guardia Urbana no tanto. Se presentan rápido a pedir los papeles. Si no tienes la autorización de la terraza, aunque la hayas solicitado, te obligan a cerrar. Y te multan, ¡sólo faltaría! Las oportunidades las pintan calvas y no se desaprovechan. Con este panorama, y con lo que está por venir en forma de crisis económica, la decadencia está servida.