Ante tantos y tan urgentes problemas por resolver que nos acosan, agradecemos enormemente la labor del Parlament de Catalunya para «reparar la memoria» y ofrecer «una disculpa pública» a las brujas que fueron condenadas hace siglos, porque de verdad que el asunto me quitaba el sueño y no me dejaba dormir. ¡Cómo se nota que los señores parlamentarios se desvelan por procurar nuestra paz de espíritu! ¡Gracias, gracias!

El asunto de las brujas tiene su enjundia. Qué mala era la Inquisición y tal y cual. Pero no. En toda España, entre los siglos XV yXIX, la Inquisición mandó ejecutar entre 40 y 80 brujas, según las fuentes. Casi todas ellas, además, antes de 1614, cuando Alonso Salazar y Frías, sacerdote e inquisidor, elevó un informe al Consejo de la Inquisición que venía a decir que creer en brujas era una memez. Tras ese informe, poquísimos fueron los casos de brujería juzgados por los inquisidores.

De hecho, las cazas de brujas son un fenómeno propio de los países protestantes del norte y centro de Europa. En Inglaterra, los estados alemanes, en Hungría… mataron a brujas por miles. Tantas como 50.000, o 100.000, muchas. En cambio, en el Mediterráneo, no se cazaron brujas, aunque Cataluña es la excepción. Entre 1616 y 1650 murieron, ahorcadas en su mayoría, entre 400 y 1000 personas acusadas de brujería por tribunales locales, que se saltaron a la torera las instrucciones de la Audiencia o del Consejo de la Inquisición. Fueron, dígase alto y claro, linchamientos populares a los que se sumó el alcalde. Sería algo parecido al linchamiento de negros en el Sur de los Estados Unidos, por ejemplo. Sólo que, en vez de negros, las víctimas fueron varones y mujeres considerados antipáticos, extravagantes o forasteros. Se conoce de algunas docenas de brujas que fueron salvadas del linchamiento por la intervención de la Inquisición o de las autoridades civiles, pero la mayoría no tuvieron esa suerte. Fue una histeria colectiva, no puede definirse de otra manera.

El porqué de esta cacería sin sentido tiene que ver con una profunda crisis económica y social aderezada con fanatismo religioso y superstición. Y eso era Cataluña entonces, el producto de una larga decadencia que se había iniciado en el siglo xv. Sólo faltaron algunos años de malas cosechas y catástrofes naturales para poner la guinda al pastel.

Pero ya que el Parlament de Catalunya está por mirar siglos hacia atrás, darse cuenta del error, pedir perdón, reparar los daños morales y materiales y esas cosas tan hermosas, podría comenzar por el pogromo de Barcelona, o pedir perdón a los más de 20.000 mallorquines asesinados por las huestes del rey Jaime I de Aragón, o Jaume I el Conqueridor, que decimos aquí. Es que fue sin querer, se nos fue la mano. En Valencia también se puso las botas, Jaimito. Y no estaría de más pedírselas también a los griegos, que sufrieron la llamada «venganza catalana» a manos de los almogávares, tan simpáticos ellos. Pregúntense por qué catalán es hoy todavía un insulto en Grecia y gran parte de los Balcanes, o por qué el hombre del saco en Grecia se llama Katalan. Es que a poco que vayamos escarbando en la historia, agotamos ésta y varias legislaturas del Parlament de Catalunya pidiendo perdón y ofreciendo reparaciones morales y esas cosas tan cuquis a medio mundo.

Digo yo que, puestos a pedir perdón, dejemos a las brujas en paz y vayamos a lo que podemos intentar solucionar ahora y aquí. ¿Cuántas personas no habrán muerto por culpa de los recortes en la sanidad pública desde 2010? ¿Cuántas personas han muerto sin recibir la ayuda a la dependencia a la que tenían derecho? ¿Cuántas ayudas sociales, rentas mínimas de inserción y cosas por el estilo han dejado de otorgarse porque nuestro Govern se ha mostrado incapaz de gestionar nada con cara y ojos? ¿Cuántos niños no pueden disfrutar de una beca comedor y lo bien que les iría? ¿Cuántos jóvenes no pueden acceder a la universidad por falta de una beca decente? Etcétera, etcétera. Pero por eso no pedimos perdón, ¿verdad?, porque se nos vería el plumero.

Suerte que nuestros munícipes emplean la memoria para honrar a ciudadanos ilustres de la Ciudad Condal y no en tonterías. Por ejemplo, le han dedicado una calle a Ana María Matute. ¡Bien! Se merecía eso y mucho más en vida, pero mejor tarde que nunca. En la placa que descubrieron con la pompa acostumbrada, escrita en catalán, se dice que Ana María Matute era (cito textualmente) «escriptora i acadèmico», tal cual. ¡Viva la ortografía! ¡Y nadie ha pedido perdón!

Maltratamos tan a menudo a nuestros mejores que ya no me extraña nada.