Una semana después de la constitución del nuevo Plenario del Ayuntamiento de Barcelona, gran parte de la ciudad está desorientada y es comprensible porque apenas unas horas antes poca gente hubiera previsto el desenlace final. De hecho, el Ayuntamiento se había convertido en el escenario de una gran fiesta nacionalista con todos los matices que tiene, hoy en día, este ámbito sociopolítico.

En el transcurso de las negociaciones, quizá nadie previó en toda su magnitud que más allá de las conversaciones racionales que uno le supone, a los que deben debatir cómo interpretar correctamente los resultados de las elecciones y como configurar las alianzas para administrarlos, estas elecciones tenían unos protagonistas que se la jugaban a todo o nada. Bien sea por edad, por el tiempo invertido en el empeño de liderar la ciudad o por el desgaste propio del exceso de protagonismo, estas elecciones eran un plebiscito personal.

Es evidente que Barcelona votó en clave Ada Colau. Lo que ocurre es que no toda la ciudad lo hizo en la misma dirección. Una parte, que resultó ganadora, lo hizo simplemente para que marchara; otra pidió que las actuales políticas municipales se maticen y se gestionen con mayor eficacia. La Barcelona acomodada fue clara en su mensaje y votó Trias de manera aplastante y la Barcelona popular votó socialista aunque de manera mucho más ajustada. Son dos Barcelonas que hablan distinto y que expresan una interpretación dispar de los últimos años de gobierno municipal. Visto así, cualquier resultado final hubiera sido igual de legítimo y perfectamente defendible.

Ahora Barcelona está en fase de desconcierto. La expresión “que us bombín a tots”, al margen de su carácter costumbrista, puede tener una doble utilización futura: podría quedar como el epitafio coloquial de Xavier Trias o como el punto de salida, el “claim”, de una parte de la ciudad que no ha conseguido cambiar el rumbo esencial de los últimos años y que se prepara para vivir con desafección un futuro y previsible gobierno entre socialistas y comunes. A mi juicio, esto no va a ocurrir, justamente porque las elecciones han cuestionado desde perspectivas diferentes, pero de manera clara, la última etapa de gestión municipal.

El alcalde Collboni va a tener un mandato complicado, pero ha recibido un mensaje claro que le habilita para reconciliar al conjunto de los barceloneses: una ciudad que quiere seguir siendo progresista, que quiere una gestión eficiente y abierta, que no indiscriminada, a todo tipo de expectativas sociales y empresariales y que quiere un nuevo liderazgo político.

La Barcelona democrática rompió desde sus inicios el estigma de la ciudad clasista, desarrollando potentísimas políticas de barrio, equilibrando su configuración urbanística y practicando una descentralización administrativa ejemplar. Es perfectamente opinable hasta qué punto algunos de estos “éxitos políticos” necesitan reactivarse y de hecho el resultado electoral lo demuestra a poco que reflexionemos sobre qué se ha votado en el centro o en los barrios, pero esta manera de construir el “estilo Barcelona” sigue vigente en toda su magnitud.

La polarización que ha vivido Barcelona en los últimos años ha generado posiciones políticas, sociales y personales muy radicalizadas. Parte de esta realidad es una percepción mediatizada por opinadores de todo tipo, pero es evidente que Barcelona en Comú no ha querido, o sabido, ejemplificar su ideario programático con una gestualidad de consenso. La repetida y voluntaria ausencia de representatividad en todo tipo de actos asociados al mundo empresarial o social de la Barcelona burguesa lo explica claramente. Si a esto le añadimos la falta de conocimiento de esta parte de la ciudad sobre lo que pasa y le preocupa a los barrios populares, el disenso está servido.  Por eso a nadie debería inquietarle una ciudad liderada por Jaume Collboni y mucho menos por el hecho de haber compartido gobierno con Ada Colau. Daré tres razones de peso.

Si alguien es heredero de las mejores políticas municipales de Barcelona y en consecuencia puede recuperarlas, incrementarlas y consolidarlas, es el nuevo alcalde. Lo demuestra en sus discursos, en su capacidad de relación y consenso y sobre todo en una tradición histórica que le obliga y sobre la cual será juzgado en el futuro.

Barcelona en Comú no es una configuración política de carácter estatal que aterriza en nuestra ciudad fruto de un vaivén político puntual. Al contrario, es una fuerza claramente local que surge de un análisis, tan opinable como se quiera, pero indiscutiblemente legítimo, del funcionamiento de la ciudad claramente conectada con amplios sectores sociales muy transversales e interclasistas.

Barcelona no es Madrid. No somos una ciudad aspiracional donde la pertenencia es un grado menor en la medida que prima la vigencia de un escenario para desarrollar todo tipo de emprendimientos financieros, empresariales o culturales. Que nadie lo entienda como una crítica, sino como una característica. Madrid es, por múltiples razones que convendría analizar con detalle, un inmenso plató para desarrollar iniciativas que no siempre tienen como principales protagonistas a los propios madrileños. Barcelona es una ciudad fundacional y como tal persigue la gloria, pero necesita que este atributo genérico forme parte del ADN de todos sus ciudadanos.

El debate que se ha vivido en Barcelona en el último proceso electoral es local, es nuestro debate, explica nuestra realidad y así debemos asumirlo y resolverlo. No ha sido mediatizado por fuerzas ajenas ni hemos sido objeto de una conspiración estatal. Es una batalla entre barrios, entre padres e hijos, entre ricos y pobres, entre ideologías dispares, pero es un debate barcelonés. Que nadie se engañe: eso que a algunos les preocupa es una extraordinaria muestra de vitalidad política.

Por capacidad, empatía y tradición; por integración y lectura correcta del debate sociopolítico que hemos vivido en la Barcelona de los últimos ocho años y por la personalidad de una ciudad que exige cohesión y desarrollo colectivo, el futuro de Barcelona debe ser ilusionante e integrador. Así será y así se reconocerá más pronto que tarde.