Teresa Giménez Barbat en una imagen de archivo

Teresa Giménez Barbat en una imagen de archivo

El pulso de la ciudad

Aventuras en Bruselas

Ciutadans se ha alejado del liberalismo inicial para situarse en una especie de tierra de nadie

16 julio, 2021 00:00

Teresa Giménez Barbat (Barcelona, 1955) formó parte del núcleo inicial de Ciutadans, cuando aún no se había creado ese partido político del mismo nombre que, tras haber tocado el cielo con la punta de los dedos, languidece ahora por culpa de Albert Rivera, su ambición desmesurada y sus bandazos ideológicos, que han acabado por alejarlo del liberalismo inicial para situarlo en una especie de tierra de nadie que, tarde o temprano, lo conducirá a la extinción. Pese a ser una de las principales impulsoras del señor Rivera, éste no tardó gran cosa en condenarla al ostracismo y el basureo, motivos que la llevaron a pasarse a UPyD y, posteriormente, a integrarse en ALDE (Asociación de Liberales y Demócratas por Europa) y ocupar un escaño de europarlamentaria en Bruselas entre 2015 y 2019. Para hacerse una idea de lo que fueron sus años de militancia liberal en Europa, lo mejor es leerse su último libro, Mil días en Bruselas. Diario irreverente de una diputada, que se presentó el pasado martes (¡y 13!) en la librería Documenta de la barcelonesa calle de Pau Claris. Para acompañarla, Teresa contó con dos tipos que me caen muy bien, el abogado y escritor Javier Melero (no se pierdan sus dos libros publicados hasta la fecha, El encargo y Cambalache) y el periodista Albert Soler, líder de la Resistance anti lazi en su Gerona natal y bestia negra particular del senador Matamala, del que no pierde ni una oportunidad de chotearse (en la presentación, insistió en su tesis de que el cantamañanas gerundense compadre de Puigdemont, que lo ayudaba en sus trapisondas cuando era alcalde de Gerona, es quien se encarga de la limpieza de la Casa de la República en Waterloo, aunque yo no descartaría que le echara una manita el rapero Valtonyc).

También Javier Melero rondaba por Ciutadans en sus primeros tiempos, y no dudó en declararse absolutamente desencantado con la deriva del partido, al que acusó, incluso, de haber dejado las cosas aún peor que como las encontraron. No le faltaba razón, y sustituir al megalómano Rivera por la robótica Arrimadas no tengo la impresión de que vaya a mejorar nada. Demasiada ambición y demasiadas auto traiciones. Como dijo Teresa, cuando se le preguntó por la actual situación de Ciudadanos, lo inteligente habría sido conformarse con ejercer de partido bisagra en vez de ir a por todas y pretender suplantar al PP en la derecha española. Rechazar la vicepresidencia ofrecida por el PSOE de Pedro Sánchez fue, en su opinión, el principio del fin. Y creo que, como prólogo del desastre, la fuga de Arrimadas a Madrid tras haber ganado unas elecciones autonómicas y no saber qué hacer con ese triunfo tampoco está nada mal para irse al hoyo.

Aunque el cónclave era para celebrar la aparición del libro, el fantasma de Ciudadanos, de lo que pudo ser y no fue, sobrevoló todo el acto. Quienes se tomen la molestia de leerlo, se encontrarán con un texto fresco a cargo de alguien que no es un profesional de la política –hay ciertas concomitancias con el libro del filósofo Manuel Cruz sobre su paso por la cosa pública- y que ejerce como de turista liberal en un mundo en el que no es fácil entenderse, aunque hables varios idiomas. Durante la presentación, Teresa hizo constar sus intentos de comunicación con esos dos titanes del fanatismo lazi que son Ernest Maragall y Ramon Tremosa y cómo, a partir de ese inevitable momento de la charla en el que aparecía el temita, era imposible seguir hablando normalmente con esos dos fenómenos (hubiese agradecido más información sobre el fenómeno de cretinización separatista del Tete, pero hay que pensar que Teresa no practica la psiquiatría).

Durante su paso por el parlamento europeo, la turista liberal Giménez Barbat impulsó el proyecto Euromind, una serie de encuentros científico-político-culturales que, como era de prever, acabó sacando de sus casillas a Tremosa y el Tete, quienes se quejaron de que el capítulo sobre los nacionalismos llegara a tristes conclusiones psiquiátricas sobre el temita. El Parlamento Europeo, como puede llegar a pensar cualquiera tras leer Mil días en Bruselas, es como esos lugares que apetece visitar, pero en los que uno nunca se quedaría a vivir (la misma conclusión a la que llegó el señor Cruz). Tal vez porque, como reconoció Teresa, llueve demasiado. Y no solo agua, añadiría yo.