Barcelona ha sido el escenario de la primera movilización realmente masiva del independentismo en día laborable. Y no debería ser el último episodio de estas características si prospera la idea de la tensión pacifica permanente, diseñada por las entidades soberanistas para manifestar su oposición a la judicialización del Procés, la politización de la justicia y para reclamar un referéndum. El juicio por la desobediencia grave y la prevaricación administrativa que habría permitido según los fiscales la organización del 9-N por parte de los 42.000 voluntarios es un error indudable. Aquel proceso participativo inventado por Artur Mas para no desobedecer al Tribunal Constitucional, tras la prohibición de la consulta inicial, sería hoy un recuerdo de no ser por la insistencia de la fiscalía en buscar la condena penal de los responsables políticos. Gracias a tanto empeño, durante toda esta semana, el independentismo recargará las pilas de la ilusión.

El independentismo ha aceptado el reto planteado por el gobierno central con su persecución judicial a los dirigentes de la causa. Ganar la calle es ahora su prioridad ante la perspectiva de las nuevas prohibiciones e inhabilitaciones que se presumen en el horizonte de otoño. Todas las partes parecen estar encantadas con este planteamiento. Les basta con los discursos de sal gorda. Los buenos y los malos y viceversa. En el fondo de todo, la gran discrepancia sigue ahí, casi sin plantearse para no introducir cuestiones incómodas que desaniman al más ilusionado: la vigencia del estado de derecho y su fuerza legitimadora frente a concepciones atrevidas como la creación de legalidades paralelas para dar cobertura a un referéndum constitucionalmente negado.

El conflicto entre Catalunya y el Estado español debe resolverse desde el ejercicio de la democracia, sin duda, pero no parece que el camino de combatir el estado de derecho vaya a ser aplaudido por los gobiernos de la Unión Europea. No es fácil sortear la ley democrática apelando a la democracia y menos intentar convencer a la UE de que debe tomar partido por la desobediencia de simpáticos demócratas que descalifican a otros demócratas homologados por los estados europeos.

Con gente o sin gente en la calle, esto va para largo, con reforma constitucional de por medio para ver si resurge a no la nación de naciones que desde siempre ha sido España o si se certifica el imperio del unitarismo que imposibilitará cualquier solución que no sea la de la salida. Todos vamos a tener tiempo de releer La guerra de Troya no tendrá lugar. Allí nos cuenta Giraudoux cómo se prepara una guerra aun no queriéndola, cómo se enervan los sentimientos de patria y se descalifica al otro bando hasta el punto que el enfrentamiento acaba imponiéndose. Los héroes quieren realmente la paz pero siempre hay un propagandista como Demokos, o cientos de ellos, que acaban arrastrando el pueblo a la guerra a pesar de las reticencias de Héctor y Ulises.