En Barcelona hay unas mujeres que trabajan 24 horas diarias de lunes a domingo. Les conceden, a veces, seis horas libres a la semana. Son mujeres que se encargan de personas de edad avanzada y que viven en sus domicilios. A menudo son ancianos con demencias seniles, como el Alzheimer.

Nos habló de ellas Carmen Juárez, una mujer que llegó de Honduras ya hace unos años, en el marco de las jornadas "La Unión Europea en el cruce. Refugio y migración", organizadas por ATTAC. Ella experimentó en carne propia durante varios años lo que supone realizar este trabajo. Supone, claro está, entrega y disponibilidad totales, cansancio, tristeza, estancamiento personal, enclaustramiento.

Y todo ello a cambio de unos 700 euros y, no siempre, el alta en la Seguridad Social.

Esto pasa en la misma Barcelona que saca 300.000 personas a la calle para gritarle al mundo y a las administraciones públicas que quieren acoger al máximo número posible de personas que huyen de la guerra, la violencia, la inseguridad o la pobreza.

¿Cuál es la Barcelona auténtica? ¿La que expresa su solidaridad en público o la que esconde su perversa maldad dentro de las paredes en las que encierra a esas cuidadoras?

Vivimos en una ciudad de contrastes. Pero esos contrastes no son sólo los que se aprecian en el colorido humano y cultural de nuestra Rambla, Gracia o las playas. Son también los de esos jóvenes que se marchan a Grecia a ayudar en lo que pueden a los refugiados atrapados en campos mal acondicionados y esos otros jóvenes y adultos que traspasan el cuidado de sus mayores a personas que trabajan en régimen de casi esclavismo. O sin el casi.

Muchas de esas heroínas cambiaron el miedo a morir tiroteadas por cualquier motivo nimio en un país centroamericano por el desdén de gente sin corazón que se cree con derecho a maltratarlas psicológica o físicamente en los barrios altos de Barcelona a cambio de una paga miserable.

Son heroínas que sufren y lloran en silencio y que unas horas, pocas, algún domingo, se mezclan entre nosotros.

Si conocen a alguna de ellas, por favor denle un beso de mi parte.