Barcelona acaba de conmemorar el Día Internacional de Concienciación contra el Ruido, que se celebra el último miércoles de abril. El objetivo declarado era “sensibilizar a la ciudadanía para que haya menos ruido en la ciudad”. Para lograrlo el equipo municipal programó cosas tan efectivas como los “latidos de los barrios”, que son “itinerarios guiados con los ojos tapados por el barrio Gótico y el de Navas”. Pero la cosa no quedó ahí. Se organizó también una “campaña de sensibilización del ruido de los diferentes vehículos” que buscaba que “los propietarios de motocicletas y ciclomotores tomen conciencia de la problemática y adopten las medidas correspondientes”. Para ello se han hecho mediciones de sonido voluntarias, ya que se supone que quien circula con escape libre no sabe que su moto petardea de lo lindo. Parodiando a la revista satírica Mongolia se podría añadir: hasta aquí todo va en serio, si se ha reído es cosa suya. Porque esas medidas difícilmente pueden provocar algo más que una sonrisa conmiserativa. Misericordia, pero no hacia el pobrecito Ayuntamiento, sino hacia las víctimas del ruido en Barcelona, que sólo pueden esperar que los responsables de su incomodidad tengan buena voluntad y se den cuenta de lo que hacen.  Amén.

Coincidiendo con esa misma celebración (una forma de hablar), se hizo público el informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente. Los datos son contundentes. En el área de Barcelona 1,7 millones de personas soportan diariamente ruidos excesivos que superan la normativa en vigor. En Madrid son 1,5 millones. En toda España, 12 millones. La agencia estima que unas mil personas mueren prematuramente cada año como consecuencia de la exposición al exceso de ruido y otras 4.000 necesitan atención médica. César Asensio, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid explicaba a través de la agencia Efe que la mayoría de la sociedad “no es consciente de la contaminación acústica y del ruido del tráfico” que soporta a diario y que acaba por provocar enfermedades físicas y alteraciones psicológicas, afectando especialmente al sueño y provocando elevaciones de la tensión.

En efecto, en los países del Mediterráneo en general, el ruido no sólo no tiene condena social, es que está casi inevitablemente asociado a la fiesta. No se concibe acontecimiento festivo sin decibelios atronadores. Pero mientras que el exceso de la fiesta, por excepcional, es casi comprensible, no ocurre lo mismo con los ruidos excesivos ordinarios y, lo que es peor, su consentimiento por parte de las autoridades, en este caso las municipales que son las directamente implicadas en el asunto.

Barcelona tiene, desde hace casi 10 años, un plan contra el ruido y unas zonas definidas en las que, se supone, hay que actuar para evitar que la población sea castigada por los excesos de sonido. Las fuentes principales del ruido son el tráfico, la industria, las obras y, según las denuncias que presenta la ciudadanía, los aparatos de climatización. Barcelona tiene mucho tráfico, incluidos unos más que ruidosos transportes públicos y vehículos municipales de servicio, poca industria y muchos climatizadores, entre otros motivos, porque el ruido de la calle hace que la gente no pueda vivir con las ventanas abiertas, pese a que el clima lo permitiría.

Pero lo que de verdad tiene Barcelona es ruido, mucho ruido. En cualquier parte de la ciudad, de día y de noche. Y apenas nadie que defienda a los ciudadanos de esa agresión sonora.

La solución del problema se fía a la buena voluntad y a los itinerarios a ciegas. En estos casos es cuando se ve el daño que ha hecho una mala lectura de Rousseau a cierta izquierda, convencida de que hacer cumplir las normas es un acto de represión sin más, en vez de una defensa de las víctimas. Según esa indigestión roussoniana, el hombre naturalmente bueno se dará cuenta de que hacer ruido es malo con sólo decírselo. Por la misma vía se dará también cuenta de que está mal no pagar en el metro o apropiarse del 3% de los contratos públicos. Basta con hablar y hablar. Eso sí, a voz en grito porque de lo contrario no se oye nada por culpa de la contaminación acústica.