El refrán favorito de mi difunta abuela era ese que reza que contra el vicio de pedir hay la virtud de no dar, perfectamente aplicable en la actualidad a los que insisten en que se chape la comisaría de la Policía Nacional en la Via Laietana y se convierta en otro centro de memoria histórica (o tal vez histérica) sobre las atrocidades del franquismo. Evidentemente, lo del supuesto centro de interés histórico es una simple excusa para deshacerse de lo que se considera fuerzas de ocupación: si el edificio se demoliera (a ser posible, con los maderos dentro), a los lazis también les parecería una sabia iniciativa. La central de Via Laietana es para ellos un símbolo de la opresión: por eso se plantan siempre delante de ella en sus manifestaciones y se dedican a arrojarle botellas y otros objetos contundentes mientras berrean lo oprimidos que se sienten. Explicarles que la actual comisaría no tiene nada que ver con la que frecuentaba el siniestro comisario Juan Antonio Creix es perder el tiempo. Y que antes de Creix, cuando la república, era el no menos funesto Miquel Badia (uno de los héroes de Quim Torra) el que ejercía sus funciones, pero torturando a anarquistas en vez de a antifranquistas, es algo que no les apetece nada oír: la infamante comisaría de las fuerzas de ocupación debe desaparecer, ya sea con una bola como la del videoclip de Miley Cyrus Wrecking ball o reconvertida, al estilo gore de la cárcel Modelo, en objetivo preferido del turista morboso con ganas de ver dónde las pasaban canutas los que se oponían al churroso régimen del Caudillo.

En Madrid solucionaron el problema convirtiendo la sede policial de la Puerta del Sol, donde también se habían repartido hostias como panes entre los desafectos a la dictadura, en las instalaciones del gobierno autónomo. No sé dónde recolocaron a sus maderos, pero no me consta que hubiese muchas quejas ante el cambio de sitio. Con la de Barcelona, el gobierno central ha templado gaitas como suele, llegando a contemplar la posibilidad de la creación del famoso centro de memoria histérica, pero al final, Marlaska ya ha dicho que, de momento, la comisaría de Via Laietana no se mueve de su sitio: parece que no sabe dónde recolocar a sus muchachos. Aunque es posible que haya otro motivo para no moverse de la posición actual. Y ese motivo es que, lamentablemente, una comisaría central no es lo mismo en Madrid que en Barcelona. En nuestra querida ciudad, la sede de Via Laietana no es únicamente una instalación policial, sino también algo muy parecido a la fortaleza de la novela de Dino Buzzati El desierto de los tártaros (basta con cambiar tártaros por lazis) y un recordatorio de que el estado de derecho sigue más o menos vivo en la Cataluña procesista.

Mal que les pese a los lazis, los maderos de Via Laietana representan a un estado democrático que no tiene nada que ver con aquella república que se le ocurrió a Puigdemont y en la que hasta los jueces serían elegidos por los políticos (¡todo por la patria, incluyendo ciscarse en Montesquieu!). Nadie pone en duda el pasado siniestro del lugar, con sus Badia y sus Creix, pero, como dicen los ingleses, that was then and this is now. Lo de entonces fue un espanto, pero lo de ahora solo es el cuartel general de una policía democrática en una ciudad española. Y eso lo ve claro hasta el pusilánime de Marlaska. En cuanto a los manifestantes airados que se sienten ocupados, si se paran a pensarlo un poco, se darán cuenta de que les sale más a cuenta tener el objeto de su ira patriótica en el centro de Barcelona que en cualquier extrarradio lejano en el que jamás han puesto los pies (ellos son más de Eixample entre semana y Empordà el weekend), al que tardarían mucho en llegar los que no se perdieran por el camino.

De hecho, mantener la comisaría donde está satisface a constitucionalistas y a separatistas por igual. Los primeros se sienten más acompañados y los segundos se ahorran una excursión al quinto pino. Parafraseando al Astut Mas, ésta es una situación win win, ¿no creen?