El rifirrafe entre los organizadores del Primavera Sound y los ayuntamientos de Barcelona y Sant Adrià del Besós debería inspirar una reflexión sobre los festivales de verano y el resto de actividades multitudinarias que impulsan, comparten o autorizan los consistorios.

¿Qué beneficio obtiene Barcelona de un acontecimiento como el Primavera Sound? Es difícil encontrar los aspectos positivos para la ciudad de una concentración de 40.000 personas en unas pocas horas en una zona urbana, sea el Parque del Forum o cualquier otra. Los argumentos de los organizadores no son otra cosa que excusas porque una muchedumbre así no solo es de gestión imposible, sino que no debe hacerse en zonas residenciales y menos aún dos fines de semana seguidos.

Primavera Sound, Cruïlla y Barcelona Beach Festival en el Forum; y el Sònar en la Fira. Además del Palau Sant Jordi, los Jardines de Pedralbes, el estadio Lluís Companys, el Poble Espanyol, el Palau de la Música y todas las salas y teatros de que dispone Barcelona.

No sé si son demasiados o si deben dejarse al albur de la demanda –aunque por esa regla de tres, tampoco cabría acotar los apartamentos turísticos--, pero lo que está claro es que los aforos no pueden ser ilimitados, incontrolables ni contraproducentes. La empresa del Primavera gana mucho más con 40.000 asistentes que con 10.000, evidentemente. La proporción inversa a los daños colaterales en Barcelona.

No es un problema solo de las grandes ciudades y sus áreas metropolitanas, se produce en la mayoría de las poblaciones turísticas. ¿Qué sentido tiene que localidades costeras, en las que ya se celebra la fiesta mayor en agosto, no paren de inventar propuestas de ocio para atraer visitantes cuando están saturadas, su oferta de restauración se queda corta en verano, hay problemas de aparcamiento, también de suministro de agua y, además, los arenales se han reducido drásticamente por tormentas como Gloria y el avance del nivel del mar que empuja el cambio climático?

Se puede entender que, dado que la mayor parte de los concejales de esos pueblos son comerciantes, en defensa de sus intereses tengan dificultades para ver cómo le dan la puntilla a la gallina de los huevos de oro. Alguien debería animarles a pensar en el decrecimiento, ese concepto tan denostado y que cobra todo el sentido del mundo allí donde hace décadas que viven por encima de sus posibilidades.

Qué decir de Barcelona, donde la mayor parte de los ediles son políticos profesionales y no deben someterse más que a los intereses de sus electores, tanto si viven del turismo como si lo padecen. ¿Quién va a criticar al ayuntamiento porque un festival prefiera trasladarse a otro lugar? Ellos se lo pierden.