Ver Barcelona ardiendo empieza a no ser una novedad. Sigue sorprendiendo ver las imágenes, pero no es algo nuevo. Las tiendas se preparan como pueden, pero acaban siendo saqueadas en noches en las que vándalos y delincuentes de todo tipo hacen su agosto en nuestras calles.

El otro día, discutiendo en televisión, tuve que defender lo obvio porque todavía hay gente que lo niega. Son muchos quienes afirman que si hacemos una pequeña retrospectiva histórica encontraremos huelgas generales en las que mucha gente se ha manifestado y en las que se ha acabado con incidentes violentos. Falso. En Barcelona nunca hemos visto imágenes como las que hemos tenido que ver y soportar estos últimos años y esto, les guste o no, empezó el día en que separatistas violentos salieron a la calle a quemar Barcelona con la complicidad de los políticos del “apreteu”. Ahí empezó todo. Y ahí algunos empezaron a normalizar y blanquear este tipo de acciones.

En el caso de los disturbios de estos días no hemos visto una condena unánime por parte de todos los partidos políticos. Ni una palabra en twitter de la líder de Junts per Catalunya en el Ayuntamiento. Su partido, sin embargo, sí se ha pronunciado, pero no para condenar la violencia y dar apoyo a la policía. Se ha pronunciado para cuestionar la actuación de los mossos. ¿Ernest Maragall? Ni una palabra. El separatismo en bloque esgrime un silencio cómplice con los violentos que destrozan nuestra ciudad.

 Afortunadamente tanto la alcaldesa Ada Colau como el primer teniente alcalde Jaume Collboni han condenado los hechos, y en el caso de éste último han mostrado su apoyo a los cuerpos de seguridad del mismo modo que lo han hecho Manuel Valls o Josep Bou. Otros han tratado de mezclarlo todo, y eso empieza a ser también una tendencia peligrosa. Lo de mezclar los resultados de las elecciones catalanas con lo sucedido estos días no sólo no tiene sentido, sino que es una auténtica estupidez, pero dejaré ese desarrollo para otro día porque da para un artículo entero.

No debemos olvidar que es cierto que el debate (a mi juicio falaz) de la raíz del problema puede tener múltiples ramificaciones y enfoques en función del prisma desde el que se analice, pero nada justifica el apoyo por acción u omisión a quienes destrozan nuestra ciudad.

Podemos discutir ampliamente sobre la libertad de expresión, debate que creo no aplica al delincuente reincidente Pablo Hasél, agitador amateur de familia bien, que se ha dedicado a amenazar y a atacar a periodistas sin complejo ninguno, pero estoy convencido de que podemos hacerlo a las doce del medio día. Nada nos obliga a salir a la calle pasado el toque de queda.

Se podrían haber convocado manifestaciones a plena luz del día, pero no se ha hecho porque quienes salen a la calle estos días salen con la clara intención de destrozar la ciudad y ver qué se llevan por el camino. Un par de bolsos de Versace y un par de patinetes no parece un mal botín para aquellos que, sintiéndose parte de una gran masa que les protege y da seguridad, salen de “rebajas” en plena pandemia y gritan la primera consigna que escuchan sin tener la más mínima idea de porqué se supone que están ahí.

Sin embargo, pese a no conocer siquiera la supuesta causa que los congrega, pueden ver al día siguiente en televisión como se les convierte prácticamente en héroes de la democracia. Mientras cargan los patinetes que robaron la noche anterior para tratar de venderlos en wallapop, si encienden la televisión podrán ver como se les llama “manifestantes”. Ni ladrones ni vándalos, manifestantes.

Es deleznable ver cómo en algunos medios de comunicación se blanquea a quienes destrozan nuestra ciudad. Se les puede llamar vándalos, delincuentes, ladrones, pero nunca manifestantes. Eso ensucia lo que es una manifestación en realidad y la necesidad de que la ciudadanía encuentre canales legítimos para manifestar su descontento con ciertos temas. Por eso es tan nocivo para nuestra democracia que en televisión se hable de esta gente como de manifestantes. Las televisiones y la prensa en general tienen una labor que desatienden cuando blanquean la acción de violentos como los que han inundado las calles estas últimas noches.

Al final, como siempre, mezclar debates intencionadamente no trae nada bueno. La libertad de expresión se defiende defendiendo con valentía las portadas de Charlie Hebdo como se hizo en Francia, no defendiendo a delincuentes reincidentes que se amparan en un supuesto arte que nadie conoce.

La libertad de expresión se defiende en España, se defiende en Europa y se ejerce a diario en Barcelona. Lo que no se debería defender nunca es el enaltecimiento del terrorismo. En cualquier caso, ¡¿qué más da?! Los políticos cínicos y mentirosos que obvian esta realidad la conocen perfectamente. Simplemente no les interesa porque en el fondo creen que el hecho de que arda Barcelona no es un problema. Recuerden, cuanto peor, mejor.